miércoles, octubre 31, 2012

La maldición de Hill House, de Shirley Jackson



Estamos ante una novela de culto, que fue adaptada al cine (La casa encantada, La guarida) y sirvió de inspiración para algunos escritores (entre ellos, Stephen King y Richard Matheson). No es de terror, no da miedo, pero su lectura resulta inquietante. Si uno está leyendo a solas en casa este libro, en algún momento mirará por encima del hombro. Esa sutileza es la mayor virtud de la autora. Pero os dejo con un diálogo entre dos de sus protagonistas:

-No existe peligro físico alguno –dijo el doctor con seguridad–. Ningún fantasma en la larga historia de los fantasmas ha dañado jamás a nadie físicamente. El único perjuicio suele ser el que la víctima se inflige a sí misma. Uno ni siquiera puede decir que el fantasma ataca a la mente, porque la mente, la mente consciente y pensante, es invulnerable; en nuestras mentes conscientes, mientras estamos aquí sentados charlando, no existe ni un átomo de creencia en los fantasmas. Ninguno de nosotros, incluso después de lo de anoche, es capaz de decir la palabra “fantasma” sin sonreír involuntariamente. No, la amenaza de lo sobrenatural estriba en que ataca el lugar en el que la mente moderna es más débil, allí donde hemos abandonado la armadura protectora de la superstición sin haber levantado ninguna barrera de defensa sustitutiva. Ninguno de nosotros cree racionalmente que lo que atravesó corriendo el jardín anoche fuera un fantasma, ni que lo que llamó a la puerta fuera un fantasma, y sin embargo no nos cabe la menor duda de que algo sucedió anoche en Hill House, y el refugio instintivo de la mente, las dudas acerca de uno mismo, queda eliminado. No podemos decir: “fue fruto de mi imaginación”, porque hubo otras tres personas presentes.
-También podría decir –aportó Eleanor con una sonrisa–: “Ustedes tres son fruto de mi imaginación; nada de esto es real”.


[Traducción de Óscar Pálmer Yáñez]  

Próximamente: El vivo


De Anna Starobinets. En Nevsky Prospects.

martes, octubre 30, 2012

Horas de lobo, de Jacob Iglesias




5 de septiembre de 2008

Catorce años después,
cuanto queda de mi padre es una sucesión
de imágenes
inconexas, y cada vez más huecos,
y algunos recuerdos minuciosos,
sobre todo de aquellos últimos meses.
Me ha costado todos estos años aprender
que cuando la memoria se convierte
en un rastro que conduce a ninguna parte,
sólo puede aliviarnos
esta liturgia de acercarnos al cementerio,
limpiar de tierra y excrementos de pájaro
la lápida, maldecir que haya más líquenes
en la inscripción y arrancar los hierbajos
que han ido creciendo.
Atar luego a la cruz unas flores de plástico
y dejar tumbado en la tierra
un ramo de claveles. Y rezar,
sin devoción, pero por si acaso,
un padrenuestro
por la vida eterna en que él confiaba.

**

Aún me obsesiona

Sentí miedo de mi propio padre.
O, para ser más exacto, de ese cuerpo
pálido, rígido,
ni dormido ni despierto,
que yacía,
como un muñeco en su envoltorio,
en un féretro colocado en medio del salón.
Tenía sus mismos labios, su misma nariz
aguileña, su mismo pelo canoso,
pero aquello ya no era mi padre.
Y en eso, en aquel tránsito de naturalidad
insoportable, no en otra cosa,
consiste para mí
todo el misterio de la muerte.

**

Acepto este destino

Estoy aprendiendo
a habitar estos días previsibles
en los que siempre me levanto a las 7:30
y desayuno siempre un tazón de leche
con galletas. Estos días ni tristes
ni alegres
de los que uno no espera gran cosa.
Ya es bastante
si el día amanece soleado,
y sigo respirando otras veinticuatro horas,
y no sufro ni provoco sufrimiento a otros,
y tengo una compañera
a quien agarrar de la mano,
y algunos poemas que llevarme al alma
antes de preparar el despertador
para que suene a las 7:30
y apagar la luz.

Próximamente: Más afuera


De Jonathan Franzen. En Salamandra.

Vacaciones en el infierno



Apuntes tras ir ayer al cine:

1. Nunca me pierdo una película de Mel Gibson, lo digo siempre en este blog. Sea él el actor o el director, o esté en ambos papeles. Es uno de mis ídolos de la infancia (no imagináis cuánto me fascinaron antaño sus sagas de Mad Max y Arma letal, amén de otros títulos menos populares de entonces, como Gallipolli, Motín a bordo o Cuando el río crece), aunque actualmente sea un ángel caído por culpa de su bocaza y de sus famosas cogorzas. Sin embargo… no juzgo las películas por las opiniones del actor o por sus desmanes, sino por su calidad. Y Gibson, en lo suyo, es muy bueno.

2. Vacaciones en el infierno ha sufrido una rara trayectoria. Primero la titularon How I Spent My Summer Vacation (y, de hecho, en los créditos de la peli se mantiene ese título), pero para su distribución se convirtió en Get the Gringo. En Estados Unidos pasó directamente al Apple Store. En España se ha estrenado en cines.

3. La película supone el debut de Adrian Grunberg, director de segunda unidad en algunos trabajos de Gibson. Grunberg nos ofrece todo lo que podemos esperar de una historia de estas características (mexicanos rabiosos, tiroteos a lo Peckinpah, unos cuantos puñetazos, un gringo algo loco, torturas, sacos de dinero robado, varias gotas de violencia…), es decir, diversión a raudales. Aunque la violencia y la brutalidad están presentes, no obstante el producto final se aleja de otras propuestas como Payback o Al límite porque el equipo ha apostado por el humor. Ese toque algo gamberro y desenfadado que aparecía, por ejemplo, en Dos pájaros a tiro, no falta aquí, aunque con menos coñas.

4. Destacan las actuaciones de Gibson, del niño Kevin Hernández y de Daniel Giménez Cacho (a quien se han cargado en el doblaje: no se ha estrenado en VO y tuve que verla doblada), y en especial la fotografía. Destacan la suciedad y la sordidez del penal mexicano donde transcurre la historia. Algo que me recuerda a muchos pasajes de la novela de Cormac McCarthy Unos caballos muy lindos (mi edición de Seix Barral tiene ese título, y es la primera que hubo en España).

5. Tras ver Get the Gringo quise leer alguna crítica y encontré una de Fausto Fernández que me gustó mucho. Os copio una parte que me sirve de cierre, y que expresa muy bien lo que significa este filme: Y por mil se multiplican los goces de esta cómplice sucesión de palizas, amagos de western a lo Robert Rodriguez, tráfico de órganos, drogas y una escapada al norte deudora de las novelas de Donald Westlake


lunes, octubre 29, 2012

Desde ahora te acompañaré a casa, de Kjell Askildsen




Este libro, el último que me faltaba por leer de Askildsen (me refiero a los traducidos en España), contiene once relatos. No es necesario extenderse mucho sobre ellos: quien haya leído a este autor sabrá por dónde se mueve, esos territorios ásperos en los que no faltan la crudeza y el entorno hostil. En algunos de los cuentos de este libro, sobre todo en los últimos, Kjell Askildsen describe, como pocos son capaces, las relaciones que ya están en decadencia o que han muerto. “Nada por nada”, “Pamela” y “Todo como antes” son ejemplares en este sentido. Askildsen sabe mordernos con situaciones que algunos hemos vivido en el pasado: esos amantes que no se entienden, esos desacuerdos continuos, ese momento en que ambos saben que la relación ya no da más de sí por puro agotamiento o falta de dejadez. No se pierdan estos textos. Tres fragmentos:

El viejo no se movió, parecía una estatua, como si el tiempo realmente hubiese acabado, como si su corazón se encontrara hecho pedazos en el fondo de la lechera.
Los hermanos parecían extrañamente inofensivos después de aquello. Intentaron prolongar su fácil victoria con exclamaciones burlonas, pero de nada les sirvió, la victoria se les fue de las manos, allí solo quedábamos perdedores: el viejo, los hermanos, yo, y un bosque lleno de derrotas. Se retiraron sin salvas de aplausos, con una risa que sonaba falsa entre los troncos de los árboles.
[Del relato “Una lechera de tiempo”]

**

Mardon encendió un cigarrillo y dijo: En realidad no podemos evitar ser quienes somos, ¿verdad? Estamos completamente a merced de nuestro pasado, ¿no es así? Nunca hemos creado nuestro propio pasado. Somos flechas disparadas del vientre de nuestra madre, y aterrizamos en un cementerio. ¿Qué importancia tiene entonces –en el momento de aterrizar– si hemos volado bajo o alto? ¿O hasta dónde hemos volado o a cuántos hemos herido en el camino?
[Del relato “La noche de Mardon”]

**

Ella dejó el libro abierto boca abajo, como él había aprendido que no se deben dejar los libros. Luego dijo:
-¿Por qué no te sientas?
-Gracias. Estoy bien de pie.
-Por favor, siéntate, Harry.
Él se sentó, se miró las manos y empezó a rascarse la uña del pulgar izquierdo.
-Tenemos que hablar –dijo ella.
Él no contestó.
-¿No podemos hablar? –dijo ella.
-Habla.
-Hablar los dos, Harry.
Él seguía rascándose la uña del pulgar.
-Me siento muy aislada, Harry. Sé lo que acordamos, pero entonces… entonces no sabía lo que era estar en casa todo el día. No me malinterpretes, no tengo nada en contra de lo que hago, pero no es suficiente… estoy en casa todo el día, y me siento…, así que esta mañana he solicitado un trabajo y me han aceptado, he dicho que puedo empezar el día uno.
Se hizo una larga pausa, luego él dijo:
-¿Ah, sí?
-Creo que tengo que aceptar ese trabajo, Harry.
-¿Ah, sí? En ese caso no tengo nada que decir al respecto, ¿no?
-No entiendes nada. Tú también te alegrarás.
-Ahora resulta que no sé lo que me conviene, ¿es eso lo que quieres decir?
-No sabes cómo me siento.
-Crees que vas a volverte loca.
Ella dijo, con una voz que ya no era insistente, sino con un timbre duro y frío que le hizo sentirse perplejo:
-¡Ni se te ocurra no tomarme en serio! ¡Ni se te ocurra!
[Del relato “Pamela”]


[Traducción de Kirsti Baggethum y Asunción Lorenzo]