Andrew Dominik ha adaptado la novela de George V. Higgins
(que recomendé aquí, con entusiasmo, hace unos días) de manera fidelísima. Su gran
virtud consiste en trasladar la atmósfera del Boston de los 70 al 2008, fecha
crucial de elecciones norteamericanas y primeros brotes de la crisis económica
mundial y, a la vez, conservar la esencia, los personajes y los diálogos de la
novela de Higgins. De tal manera que el director no sólo ofrece un acertado retrato
de los bajos fondos y de su sistema rígido de ajustes de cuentas: además de
ello, refleja a la perfección la época gris, de desencanto, que estamos
viviendo, sometidos a crisis, meses de incertidumbre y promesas políticas que
ya nadie se traga. Ese desencanto también era patente hacia el final de The Dark Knight Rises. Nolan y Dominik
han rodado dos de las mejores películas sobre el desencanto actual. Durante casi
todo el metraje, oímos de fondo los debates y las promesas electorales:
mediante la radio, la televisión o los diálogos de los personajes. Tal vez por
ello la película, al final, resulte un poco fría, un poco desangelada; aunque
también es cierto que el espectador no puede identificarse con nadie, ni
siquiera con el Jackie Coogan que recrea Brad Pitt, dando una imagen amenazadora
pero totalmente cool (envuelto en humo a los sones de Johnny Cash).
Aunque esta nueva película de Dominik no es tan redonda
como su anterior filme, El asesinato de
Jesse James por el cobarde Robert Ford, sí contiene, al menos, tres o
cuatro escenas antológicas (las dejo para el último párrafo porque contendrán
spoilers), y un puñado de actores en estado de gracia. Brad Pitt está muy bien
porque Brad Pitt casi siempre está muy bien, no hay duda. Entre los secundarios
destacan Richard Jenkins, James Gandolfini y Ben Mendelsohn (actor que me
impactó en la australiana Animal Kingdom,
y que tenía un breve papel en la última entrega del Batman de Nolan): el
trabajo de los tres es inconmensurable, llenan la pantalla aunque no hablen. Pero
dejo para el final la sorpresa de la película (respecto al reparto): el joven
Scoot McNairy, una especie de Casey Affleck al que no perderé la pista, capaz
de contagiarnos su miedo al peligro con una mirada o un gesto.
Decía que no era tan redonda por una serie de factores: aunque
la adaptación es muy fiel, eché en falta algunos diálogos de oro del libro, que
hubieran redondeado más a los personajes (sospecho que es cosa del montaje y no
del guión); Sam Shepard está desaprovechado, apenas está unos segundos en
pantalla y lo suyo es más un cameo que un papel; y, tercero, esa frialdad de la
puesta en escena acaba jugando un poco en su contra (pero, supongo, es el
propósito de Dominik: alejarnos de los mafiosos que sí nos emocionan, como los
que vemos en el cine de los Coen, Guy Ritchie o Tarantino).
SPOILERS: Y cierro con esas escenas antológicas, maestras.
1) La paliza que dos sicarios le dan a Ray Liotta, rodada de una manera tan
cruda que pocas veces unos golpes nos han provocado tanta repulsión; ya no
estamos ante los puñetazos de cómic de las pelis de Stallone, sino que sentimos
el impacto y el dolor de la violencia como algo que nos repele y asusta. 2) La charla
entre Pitt y Gandolfini en el hotel, en la que el segundo demuestra que se ha
convertido ya en un matón crepuscular y acabado. 3) El momento en que Pitt
encuentra a uno de los ladrones y se sienta a conversar con él en la barra de un
bar, y podemos sentir el terror del segundo hacia lo inaplazable. 4) La última
de las conversaciones entre Pitt y Jenkins (aunque todas son magníficas, me
quedo con ésta por su lectura política, pero ojo al dato: cada una de las
escenas que ambos comparten está rodada de una manera distinta, desde
diferentes ángulos).