viernes, agosto 10, 2012

Diario de un cuerpo, de Daniel Pennac



13 años, 3 meses, 9 días                     Martes, 19 de enero de 1937

Tal vez morir sea eso. Sería muy bueno si no nos diera tanto miedo. Tal vez despertamos cada mañana para retrasar el delicioso momento en que vamos a morir. Cuando papá murió, se durmió por última vez.

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28 años, 3 meses, 17 días                   Domingo, 27 de enero de 1952

Convertirte en padre es convertirte en manco. Desde hace un mes ya solo tengo un brazo, el otro lleva a Bruno. Manco de la noche a la mañana. Te acostumbras.

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44 años, 6 meses, 23 días                   Viernes, 3 de mayo de 1968

“La piel envejece”. Esta anodina frase ha dado en el blanco. Es un viejo pellejo, decía mamá hablando de la gente que no le gustaba (pero ¿quién le gustaba?). Viejo pellejo, vieja bruja, trasto viejo, viejo verde, vejestorio, viejo chocho, gallina vieja, viejo fósil, viejo baboso, puto viejo, vieja burra: las palabras, la lengua, las frases hechas permiten entrever cierta dificultad para entrar en la vejez con el corazón ligero. ¿Cuándo entramos en ella, por lo demás? ¿En qué momento nos hacemos viejos?

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66 años, 10 meses, 24 días                 Lunes, 3 de septiembre de 1990

A este respecto, observo que nada he dicho aquí sobre la cuestión de cómo con los años se ha agotado nuestro deseo. La cuestión no es tanto saber desde cuándo no hacemos el amor (curiosidad de revista), sino cómo nuestros cuerpos se las han arreglado para pasar sin tropiezo de la cópula perpetua al mero goce de nuestra calidez.
[…]

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86 años, 2 meses, 28 días                   Jueves, 7 de enero de 2010

No he abierto este diario desde la muerte de Grégorie. Por tanto, siete años. Mi cuerpo se me ha vuelto tan indiferente como en mi tierna infancia, cuando la imitación de papá me bastaba a guisa de encarnadura. Sus sorpresas ya no me asombran. Los pasos que se acortan, los vértigos cuando me levanto, la rodilla que se bloquea, la vena que palpita, la próstata cepillada de nuevo, la voz ronca, la operación de catarata, los fosfenos que se añaden a los acúfenos, la yema de huevo seca en la comisura de los labios, que cueste cada vez más ponerse los pantalones, que olvide cerrarme la bragueta, las súbitas fatigas, la multiplicación de las siestas, una rutina ya. Mi cuerpo y yo vivimos el fin de nuestro contrato como coinquilinos indiferentes. Nadie se ocupa ya de la limpieza, y está bien así. Sin embargo, los resultados de mis últimos análisis me susurran que ha llegado el momento de tomar la pluma por última vez. Cuando se ha llevado durante toda la vida el diario del propio cuerpo, no se rechaza una agonía.


[Traducción de Manuel Serrat Crespo]