Alguien que me recomienda buenas lecturas me pasó las
galeradas de esta novela, con la que me he divertido mucho (Libros del
Asteroide la publicará en otoño). En cierta manera me ha recordado a esa
película de los 80, Mr. Mom
(penosamente bautizada aquí como Las
locas peripecias de un señor mamá), en la que a Michael Keaton se le venía
la casa encima al encargarse de sus hijos y de las labores domésticas. El
protagonista de la novela, Abbott, está casado, es padre de una niña de dos
años y su mujer está a punto de dar a luz a un segundo hijo: durante los tres
meses previos a ese día en que nacerá el nuevo cachorro, Abbott afronta las
cuitas relacionadas con su situación. Chris Bachelder, dotado de un humor fino
y de una prosa ligera, ha sabido captar los tonos agridulces de la paternidad,
toda esa serie de alegrías y desastres que confluyen al mismo tiempo en las
vidas de quienes se convierten en padres. Un par de extractos:
Como tantos otros
antes que él, Abbott descubre, después de casado, que el matrimonio es una
lucha (clínicamente, una negociación) por ver cómo se reparte el Mal Humor. Un
matrimonio, sobre todo un matrimonio con hijos, no puede funcionar bien si
ambas partes andan de mal genio; por lo tanto, el Mal Humor es un privilegio
del que no pueden gozar los dos cónyuges a la vez. ¿A quién se le permite estar
de Mal Humor? Esto se convierte en una lucha cotidiana. En una Unión Perfecta,
el Mal Humor se distribuye de forma ecuánime, como el cuidado de los niños o
las tareas domésticas. Hay una custodia compartida del Mal Humor. Si un cónyuge
se pasa todo un fin de semana rezongando, el otro puede hacerse cargo del Mal
Humor entre semana. Si uno de los dos se encuentra abatido durante el
desagradable período que va del día de Navidad al de Año Nuevo, el otro puede
reclamar para sí el de Acción de Gracias, Pascua y el Cuatro de Julio. Sin
embargo, en un matrimonio normal, uno de los miembros de la pareja tiende a
adueñarse de ese estado de ánimo de forma desproporcionada.
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Es casi imposible
imaginar que uno puede no estar ahí para ver cómo crecen sus hijos. Parece
fácil imaginarlo, pero si los imaginas sin ti, lo imaginas como si siguieras
observando detrás de un árbol o dentro de un armario con la puerta
entreabierta.
[Traducción de Ismael Attrache]