lunes, julio 23, 2012

Después del cine. Imagen y realidad en la era digital, de Ángel Quintana



La unión entre la épica de las masas cibernéticas y la simulación de los gestos humanos dentro de un entorno artificial se ha convertido en la clave de una propuesta que ha propiciado algunos de los principales modelos de la épica visual del cine espectáculo de la última década. Entre los años 2000 y 2010 los cuerpos cibernéticos han sido los protagonistas de todas las películas más taquilleras.

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Las películas de Michael Mann parecen ofrecernos la posibilidad de repensar la imagen figurativa en el cine contemporáneo a partir del uso consciente de las posibilidades tecnológicas del medio digital tanto como instrumento de rodaje como instrumento de posproducción. Algunas escenas de acción rodadas por Michael Mann proponen nuevos valores coreográficos en los que la intensidad de la captura de la luz genera curiosas coreografías.

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[David] Lynch no hace más que advertirnos de que el arte de lo virtual quizá se haya extinguido antes de llegar a su madurez porque el ilusionismo tecnológico no es sino un pozo sin fondo de inversiones millonarias. Lynch nos advierte de que la figura del cineasta es en el siglo XXI la de un creador multimediático que recicla, reelabora y recompone las imágenes con residuos o restos de lo real.

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El cine del presente es un cine que redefine su relación con el tiempo porque las nuevas tecnologías de la comunicación han cambiado la relación que los espectadores mantienen con el fluir de dicho tiempo.

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Al principio de De grote vakantie (2000), la voz del cineasta Johan van der Keuken nos confiesa que le ha sido diagnosticado un cáncer. Antes de que se extiendan los efectos de la enfermedad, Van der Keuken decide realizar un último viaje acompañado de su mujer. La película es la crónica de ese viaje por un mundo que es observado desde una pequeña videocámara digital. El cineasta contempla los paisajes y las gentes con la conciencia de que quizá sea la última vez. Reflexiona sobre el valor de la imagen como testimonio de lo visible y sobre su poder para capturar el tiempo que a él se le está acabando. Un plano de la salida del sol se convierte, bajo la mirada de Van der Keuken, en un milagro. Es el certificado de que aún vive y de que puede seguir filmando, conservando todo lo que está viendo.

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El uso progresivo de la tecnología digital ha permitido la creación de muchos canales de exhibición paralelos que han incrementado el uso doméstico del cine en el hogar. […] Del mismo modo, una película no es sólo aquello que se ve en la penumbra de una sala, sino algo que está en el ciberespacio, que se puede descargar por los sistemas de intercambio P2P, que se proyecta en las galerías y los museos y que circula por todo tipo de pantallas. La imagen proyectada parece vivir un cambio radical de sus sistemas de difusión, cambio que ha permitido el surgimiento de múltiples modos de repensar la relación entre el espectador y las imágenes.

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Hoy, mientras que la creación y la lectura de imágenes de todo tipo viven un curioso proceso de renovación, la exhibición cinematográfica atraviesa un marcado proceso de crisis. Ir al cine ha dejado de ser un acontecimiento en unos sistemas en que la presencia de la cultura en la esfera pública parece guiada sobre todo por la creación de nuevos modos de relación social.

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El nuevo espectador es básicamente un individuo solitario, instalado en su ámbito doméstico, cuya obsesión básica no reside, como en los años dorados de la cinefilia, en verlo todo, sino en poder tenerlo todo. Su herramienta básica es el ordenador, desde el que puede explorar y buscar todo tipo de imágenes perdidas en el ciberespacio, edificando su propia cultura individual.