Para mí Salinger es un autor de referencia, así que es
fácil imaginarse lo mucho que he disfrutado con esta biografía (de la que se
echa en falta un álbum fotográfico, aunque tiene sentido que no lo incluyan,
dada la naturaleza huraña y huidiza de JDS). He releído toda su obra, en el
caso de El guardián entre el centeno,
varias veces (y he comprado tres ediciones distintas: la mejor de todas es la
edición revisada de 2006, en la que la jerga de Holden se actualiza y se adapta
a estos tiempos).
Leyendo este libro he llegado a comprender a Salinger.
Ésta era una de las razones por las que necesitaba leerlo. Uno llega a
comprender a Salinger, y a compartir algunas de sus decisiones (sólo algunas,
no todas: es cierto que se pasó de huraño y huidizo). Digámoslo claro: durante
años le tocaron tanto las pelotas (rechazando una y otra vez los relatos que
enviaba a la prensa; cambiando aspectos de cada edición de sus libros; exigiendo
ciertas cosas con las que pocos autores estarían de acuerdo; insistiendo en que
metiera fotos suyas y una biografía en las cubiertas, hasta que llegó a odiar
todo eso y decidió prohibirlo en cualquier edición de cualquier país; atacando
algunos de sus textos en las críticas; etcétera) que se comprende que se
volviera así. Un día dijo Basta, metafóricamente hablando. También fue culpable
la excesiva fama. De ser alguien apenas conocido pasó a ser una celebridad. Y
los escritores necesitan silencio, tranquilidad, anonimato… Ser una especie de
rock star cuando eres escritor tiene que ser un coñazo. Salinger escapó de todo
eso. Y al volverse esquivo, acrecentó su leyenda.
Esta biografía se lee como una novela, pese al clásico
inicio un poco plomizo en el que cuentan la historia de sus antepasados. Dejo
unos cuantos extractos reveladores:
Después de trabajar
en la novela durante un año, en otoño de 1950 Salinger terminó El guardián
entre el centeno. El logro constituyó una
catarsis para el autor. Había escrito una confesión, una expiación, una oración
y una iluminación, contenidas en una voz tan única que iba a alterar la cultura
estadounidense. Más que una colección de reminiscencias o un cuento de angst
adolescente, la novela significaba una renovación de la vida de Salinger.
Holden Caulfield y las páginas que contenían el personaje habían sido los
compañeros del autor durante casi toda su vida adulta. Esas páginas eran tan
preciosas para Salinger que las había llevado encima durante toda la guerra. En
1944, le confesó a Whit Burnett que necesitaba llevarlas consigo para que le
prestaran apoyo e inspiración. Las páginas de El guardián entre el centeno habían saltado a la playa de Normandía,
habían desfilado por las calles de París, habían estado presentes en la muerte
de incontables soldados en incontables lugares y habían recorrido los campos de
exterminio de la Alemania nazi.
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Les recordó que las
palabras eran una cita equivocada de Robert Burns, y que su significado se
revelaba en el libro. Salinger hizo hincapié en el significado del error en la
cita de Holden; un error que, sin embargo, lectores y estudiosos suelen
ignorar. Al reemplazar “Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo” por “Si un cuerpo
agarra a otro cuerpo”, Holden cambia el significado del poema. “Agarrar” a
niños que van a caer en los peligros de la edad adulta es intervenir mediante
el rescate, la prevención y la prohibición; pero “encontrar” es apoyar y
compartir, lo cual implica comunicación. En este sentido, todo el viaje de
Holden consiste en el descubrimiento del error que ha cometido al citar mal a
Burns. Su lucha sólo termina cuando reconoce la diferencia entre “agarrar” y
“encontrar”. Este reconocimiento constituye una epifanía.
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A partir de 1970,
Salinger, con el apoyo incondicional de Dorothy Olding, se dedicó a destruir
cualquier atisbo de información personal pasada o presente. Pero la obsesión
del escritor por su privacidad tuvo el efecto contrario. En lugar de
desaparecer de la opinión pública, se hizo aún más famoso por su
distanciamiento. Fuera o no intencionado, cada acto que realizaba para
apartarse de la mirada pública sólo servía para aumentar su leyenda.
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Hay una paz
maravillosa en no publicar -dijo-. Es tranquilo, sereno. Publicar es una
terrible invasión de mi intimidad. Me gusta escribir; amo la escritura. Pero
escribo sólo para mí y para mi propio placer.
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Hay algo en la
naturaleza humana que nos empuja a derribar los ídolos que nosotros mismos
creamos. Nos empeñamos en ensalzar más allá de la realidad de sus virtudes a
aquellos a los que admiramos y después, como resentidos por las alturas a las
que los hemos empujado, creemos necesario echarlos abajo.
[Traducción de Jesús de Cos]