lunes, abril 30, 2012

Madrid, 1987



Me ha gustado la última película de David Trueba. Aunque se inspira levemente en El anacoreta (aquella cinta en la que Fernando Fernán-Gómez decidía vivir en un cuarto de baño), también, de alguna manera, sigue la moda de las películas de parejas desnudas entre cuatro paredes. Pero, de momento, la de Trueba me parece la más lograda. Una de las últimas, Habitación en Roma, contenía unos diálogos demasiado pretenciosos, y aquello actuaba de lastre para el filme, y lo escribo con dolor porque Julio Medem está entre mis directores favoritos... 

Lo que distingue a Madrid, 1987 es que, pese a las frases rotundas que suelta José Sacristán (magistral en su papel de escritor y articulista de vuelta de todo; sin duda uno de los mejores trabajos de su vida), sus esfuerzos para cepillarse a la joven estudiante que quiere aprender de él (una dulcísima María Valverde) le quitan hierro y peso al asunto. Es decir, la película nos muestra la verdad (cruda) de la vida: más allá de teorías, de erudiciones, de filosofías y de literaturas, lo más gratificante del mundo es la comunión de los cuerpos. El personaje de Sacristán sabe que rejuvenecerá un poco tirándose a la estudiante. Sobre ese pulso (él insiste, ella lo rechaza) se construyen unos diálogos muy literarios, con algunos toques de humor y algo de melancolía, y así el maestro habla a su alumna de la escritura, del desencanto, del columnismo, de la vejez, del declive, de la juventud... Pero es que, además, este nuevo trabajo de David Trueba es una reconstrucción muy certera de la España de los 80; y su virtud es lograrlo con sólo dos personajes encerrados por accidente en el cuarto de baño de un piso prestado por un pintor.