Salí desconcertado de la última película de Steven Spielberg. Tanto para bien como para mal. Y me apetece mucho escribir sobre ella, sobre esas sensaciones.
Dura dos horas y media. La primera media hora no me estaba interesando en absoluto (la compra de un caballo y los esfuerzos de un muchacho para que el animal sea capaz de arar sus tierras). Pero luego la película da un giro: estalla la Primera Guerra Mundial, cambiamos de personajes y de escenarios y ahí empezó a interesarme, y a menudo a fascinarme. Una hora y media después todo vuelve a cambiar y Spielberg nos mete el tono blando y los buenos sentimientos, dándonos la sensación de que “to er mundo e güeno” (que diría Summers), de que ni siquiera en la guerra hay villanos. Y, así, esa última media hora mata los logros de lo visto anteriormente. De modo que voy a dividirla entre los puntos a favor y los puntos en contra, porque es una película a la vez magnífica y fallida:
EN CONTRA: El toque Disney que Spielberg (supongo que conscientemente) le ha añadido al conjunto. Eso hace que se aleje radicalmente de Salvar al soldado Ryan. Sí, aquí también mueren muchos personajes, como sucedía en aquella, pero apenas vemos sangre, suceden fuera de plano o hay algo que nos oculta esas muertes. No es un toque Disney de película de animación, sino de esas cintas de Disney de actores de carne y hueso que ponen en la tele, en la sobremesa de los sábados, filmes llenos de buenas intenciones y de personajes planos, en los que ni siquiera el villano es malo de verdad. Tipo Lassie, para que nos entendamos. Hay momentos magistrales que, por culpa de esas piadosas intenciones, no resultan creíbles: por ejemplo, la secuencia en la que dos soldados enemigos, uno alemán y otro británico, unen fuerzas para salvar al caballo. Se nota que es el propósito de Spielberg para que los enemigos estrechen lazos (no olvidemos sus esfuerzos sociales para que israelíes y palestinos alcancen el entendimiento). Pero en mitad de una batalla, tan salvaje como la Primera Guerra Mundial, sencillamente no me parece creíble. Y es sólo un ejemplo.
A FAVOR: La espectacularidad de las imágenes, donde se nota lo mucho que Spielberg ha aprendido de John Ford y de David Lean. La estupenda estructura, que yo no esperaba: el caballo va cambiando de dueños durante el metraje, lo que sirve de excusa para que nos cuenten pequeñas historias de gente involucrada en la guerra; lo que hace que el protagonista y el hilo conductor sea ese caballo; lo que consigue que la película sea muy amena, sobre todo en su parte central. Una estructura postmoderna reconducida, sin embargo, con una dirección y una puesta en escena clásicas. El reparto de secundarios, espléndido: Emily Watson, Peter Mullan, David Thewlis, Niels Arestrup (visto en Un profeta), Benedict Cumberbatch (visto en El topo y en la serie Sherlock), David Kross (visto en The Reader), Tom Hiddleston (que hizo de F. S. Fitzgerald en Midnight in Paris)… Todas esas escenas en las que Spielberg coloca la cámara igual que en El hombre tranquilo. La fotografía, que a ratos parece un cuento de hadas (en la historia de la niña y su abuelo), y a ratos una película de John Ford (el principio y parte del final). Y, sobre todo, las decisiones que toma Spielberg a la hora de situar su cámara: el caballo atravesando las trincheras, la tierra de nadie filmada como si fuera un paisaje de cine de terror, las siluetas de la familia de Mullan en torno a su cabaña, las aspas de un molino que nos ocultan un fusilamiento… En suma, la obra de un maestro que repite demasiado sus errores.