David Markson no ha tenido suerte en nuestro país. Sólo se ha publicado en España un libro: éste, La amante de Wittgenstein, que editó Destino en 1995. Desde entonces sólo he encontrado otra traducción en la sudamericana Verdehalago: me refiero a Punto de fuga, exquisito libro que ya recomendamos aquí. Y, en marzo, La Bestia Equilatera, editorial de Latinoamérica, publicará La soledad del lector. Pero en este país… ni rastro. En el fondo es comprensible. Markson no es un autor fácil porque, aunque sus libros se devoran y son amenos, escapa a toda clasificación. Por lo general, sus volúmenes, escritos en frases cortas, suelen ser un compendio de citas y anécdotas de la literatura, la poesía, la pintura o la música. Markson parece una enciclopedia ambulante, una fuente de saber.
En La amante…, al contrario que en Punto de fuga, hay un hilo conductor, un argumento, aunque sea muy endeble (no es el argumento lo que le interesa al autor): una mujer, probablemente la última superviviente del planeta, habla de lo que encuentra en sus viajes por el mundo, de los vehículos detenidos en las calles vacías, de los museos en los que pasa las noches, y en esa narración va intercalando cientos de anécdotas relacionadas con las artes, como si ella misma fuera la depositaria de la memoria literaria de la humanidad, como si su cabeza fuese la última esperanza para salvaguardar el arte del hombre. Hacia el final, sin embargo, empieza a mezclar las anécdotas, a confundir los nombres y variar las identidades, y es cuando nos damos cuenta de que quizá esté loca. De que empieza a perder el juicio (lo cual, si uno se fija, ya advierte el título: pues Wittgenstein era homosexual y no tuvo amantes femeninas). Aunque no me ha gustado tanto como Punto…, recomiendo leer a Markson. Siempre.
[Traducción de Antonia Kerrigan y Horacio Vázquez Rial]