La vibrante escena cultural de la ciudad en los años setenta terminó con la «modélica» Transición. Como bien ha ido contándonos Guillem Martínez en sus libros y en su imprescindible blog, la cultura de la transición fue la manera que encontró la izquierda para secuestrar a la cultura. La cultura en Carcelona se convirtió en un departamento del Ayuntamiento cuya principal misión era detectar cualquier atisbo de rebeldía para, una vez localizado, seducirlo y comprarlo, asumiéndolo como propio, convirtiendo a los agitadores, a los innovadores, a los provocadores en pseudofuncionarios anestesiados con un buen sueldo a fin de mes.