Lo delicioso de los primeros días de luto era el precioso instante de despertar: cuando aún no cobraba conciencia de que mi madre estaba muerta y a la vez podía disfrutar la desaparición de la angustia permanente que durante un año me causó su padecimiento. Luego, casi enseguida, emergía la malsana lucidez: no hay nada más siniestro que la luz.
Entonces nació Leonardo. Todo abismo tiene sus canciones de cuna.