domingo, noviembre 27, 2011

Los hombres de mi almohada, de Noelia Jiménez


La apoteosis del iNovio llega cuando te regala el iPad. “¡Por Steve Jobs y todos los santos! –piensas–, ¡qué pedazo de novio tengo! ¿Cómo se ha podido gastar esta pasta en mí?, y le besuqueas mientras, entre beso y beso, veneras la pantallas sin tocarla demasiado, no vaya a ser que tus huellas dactilares mancillen pronto la virginidad inmaculada de ese oscuro objeto de deseo.
Pasada la euforia inicial de los dedos que van y vienen, haciendo moverse el mundo a su antojo –al menos el escaso trocito de mundo que cabe en las 9,7 pulgadas que pugnan por ser una ventana con vistas al universo–, vuelves a los cariñitos, a los besitos en el cuello, a la mano sobre su espalda, a las travesuras por debajo de su pantalón… y al desencanto de escuchar eso de “Va, cari…, que estoy trabajando”, mientras sospechas que la erección que intuyes bajo su vientre no es producto de tus provocaciones, sino de que ha encontrado en el foro de macqueros un nuevo gadget que llevarse al iPhone. “¿Por qué no coges el iPad un ratito? ¿Has probado ya todas las aplicaciones que recomendaban en esa revista que te compré?” Y todo sin despegar los ojos de la pantalla de su MacBook Pro, claro.
Con razón el simbolito de Jobs es una manzana. Si la pruebas te envenenas. Y lo peor es que ellos han empezado a enarbolarla como forma de darle la vuelta a la tortilla. Nos la dan a probar para expulsarnos de su paraíso. Como si, no sé cuántos siglos después, Adán quisiera reescribir la Biblia y hubiera encontrado el pecado perfecto para convertir a Eva en penitente perpetua: una manzana que cambia la piel rojiza y brillante por formas tan irresistibles y fondos tan resistentes que no hay manera de decirles no.
Y nosotras, encantadas como estamos de que por una vez en la vida la tecnología se convierta en moda y deje de ser solo un revoltijo de cables para friquis, ni siquiera nos damos cuenta de que la manzana ya está mordida. ¡Ilusas!