miércoles, octubre 19, 2011

Zona fría, de Jonathan Franzen


Conservo un grato recuerdo de dos de los libros de Jonathan Franzen, que compré y leí cuando se publicaron en España: la monumental novela Las correcciones y los ensayos reunidos en Cómo estar solo. Tras la publicación de Zona fría leí algunas críticas dispares y, en general, a Franzen se le atacaba por mirarse el ombligo en este libro. Influido por esas críticas decidí no comprarlo. Ahora, gracias a la actualidad de la edición española de Libertad, he recuperado esta Zona fría.

Bien. Puede que sea cierto que Franzen se mira el ombligo. Pero es que de eso se trata: el subtítulo lo indica con claridad (Una historia personal). Y admiro la manera en que Franzen ha sabido mezclar (igual que hizo en Cómo estar solo) el ensayo y la autobiografía. El autor empieza hablando de un tema general, de dominio público (pongamos, por caso, su devoción por los pájaros o por las viñetas de Charles Schulz), y poco a poco va introduciendo aspectos de su vida, capítulos muy personales relacionados con su infancia, con su adolescencia, con sus novias o sus padres, de manera que hay un vaivén entre la memoria y la no ficción que, al menos a mí, me satisface mucho. También es verdad que no todas las piezas están a la misma altura. Destacaría las tituladas “Casa en venta”, “Dos ponis” (reeditada en un volumen individual por Seix Barral con el título de Zona templada), “La lengua extranjera” y “Mis problemas con los pájaros”. Un fragmento:

Pero ¿cuándo empieza la auténtica historia? A los cuarenta y cinco años, casi a diario agradezco ser el adulto que deseaba poder ser cuando tenía diecisiete. Ejercito la fuerza de mis brazos en el gimnasio; he llegado a ser bastante bueno manejando herramientas. Al mismo tiempo, casi todos los días, pierdo batallas con el chico de diecisiete años que sigo llevando dentro. Almuerzo media caja de Oreos, me atiborro de televisión, emito juicios morales aplastantes, ando por la ciudad con vaqueros raídos, tomo martinis una noche de martes, miro el escote en los anuncios de cerveza, atribuyo mala onda a todos los grupos a los que no pertenezco, siento el impulso de rayar los Range Rovers y rajarles las llantas; me comporto como si no fuera a morir nunca.
El dilema, el problema de conciencia mezclado con inanidad, no se desvanece. Nunca dejas de esperar que empiece la verdadera historia, porque la única historia, al final, es que te mueres.


[Traducción de Jaime Zulaika]