martes, octubre 25, 2011

Caribou Island, de David Vann



Uno de los descubrimientos más gratos del año pasado fue la novela corta Sukkwan Island (ya recomendada en este blog), de David Vann, que Alfabia puso al alcance del lector español. Allí encontramos a un autor marcado por el suicidio de su padre. Y, por lo que se ve, esa huella perdura en otras narraciones (Sukkwan… formaba parte del libro Legend of a Suicide), y así sucede también en Caribou Island. Aunque el tema central aquí no son las relaciones entre padres e hijos (digamos que es un tema secundario), sino el conflicto entre parejas: parejas en las que los hombres se han cansado de las mujeres, o son infieles aun antes de casarse. Parejas a la deriva. Como la que forman Gary e Irene, cuya hija Rhoda tiene un novio que acaba de echarse un amante.

Cuando los hombres empiezan a fallar (a ser infieles, a no mirar a su pareja, a cansarse), las mujeres lo descubren rápido. Detectan la catástrofe, y ese preludio a la catástrofe lo cataliza David Vann mediante la tensión. Esa tensión domina todo el libro, desde el momento en que a Gary se le antoja vivir un tiempo en una cabaña que pretende construir en una isla, plan que su mujer detesta.

Una buena novela, de descripciones precisas, aunque prefiero Sukkwan…, tal vez porque en el fondo era más truculenta y apostaba más por la aventura. Un extracto:

Rhoda se dio cuenta de lo sola que podría sentirse una vez casada. Era una sensación nueva, no sabría cómo describirla ni concretarla siquiera. Algo así como un fleco, y no le gustó. Se imaginó largos períodos de tiempo en los que apenas se hablarían, cada cual a su aire por la casa. Y le dio por pensar si no era ahí donde entraban en juego los niños. Tener un hijo los pondría en su sitio, crearía un nuevo foco de atención, un lugar donde coincidir ellos dos. Tal vez era el proceso normal. Una primera fase de centrarse en la pareja hasta que uno tomaba la decisión de casarse, y luego, juntos, centrarse en otra cosa. ¿Y qué pasaba después, cuando los hijos crecían y se marchaban? ¿En qué se centraba uno a partir de ahí? Carecer de un foco de atención era tremendo; la vida debía ser algo más. Daba miedo pensarlo. Nadie quería tener una vida sin objetivos.


[Traducción de Luis Murillo Fort]