Bueno, ¿qué te parece?, quiso saber uno de mis familiares cuando ya habíamos pasado bajo algún puente, encima del cual pululaba El Friki con su familia.
Me encanta, parece irreal.
Me parecía irreal navegar por las calles de una ciudad. Porque no basta con saberlo, no es suficiente que te lo cuenten o que lo leas, hay que vivirlo, hay que gozarlo, hay que experimentarlo. Navegar por las calles de una ciudad inundada, una ciudad construida sobre islas a la que el mar reclama poco a poco, con ansias de tragársela para siempre, aunque sea despacio y a costa de los siglos, es sobrenatural.
Venecia se hunde. Es una frase que suelen proferir los gondoleros o eso me han contado. Se hunde sin remedio.
Me atraían los bajos de las casas: marchitos, decrépitos, derruidos, deteriorados por la sal y la humedad, en pleno proceso de ruina y decadencia, con la zona inferior de las puertas hecha pedazos, con la madera desgastada, con los escalones de los portales de acceso a las viviendas colonizados por el verdín, con las esquinas nutridas de desperdicios flotantes y de restos extraños.
Los canales no olían mal, no apestaban a putrefacción tal y como me habían dicho. Las ciudades conviene descubrirlas por uno mismo, olvidarse de los tópicos, de los lugares comunes y de las habladurías. Cada cual posee su versión. La mía es ésta, y creo que no es mala.
Navegar en góndola por los canales de Venecia, despacio y admirando las fachadas, contiene algo de onírico.
Como navegar por un sueño. Un sueño denso en el que las construcciones de los contornos parecen livianas.
Me encanta, parece irreal.
Me parecía irreal navegar por las calles de una ciudad. Porque no basta con saberlo, no es suficiente que te lo cuenten o que lo leas, hay que vivirlo, hay que gozarlo, hay que experimentarlo. Navegar por las calles de una ciudad inundada, una ciudad construida sobre islas a la que el mar reclama poco a poco, con ansias de tragársela para siempre, aunque sea despacio y a costa de los siglos, es sobrenatural.
Venecia se hunde. Es una frase que suelen proferir los gondoleros o eso me han contado. Se hunde sin remedio.
Me atraían los bajos de las casas: marchitos, decrépitos, derruidos, deteriorados por la sal y la humedad, en pleno proceso de ruina y decadencia, con la zona inferior de las puertas hecha pedazos, con la madera desgastada, con los escalones de los portales de acceso a las viviendas colonizados por el verdín, con las esquinas nutridas de desperdicios flotantes y de restos extraños.
Los canales no olían mal, no apestaban a putrefacción tal y como me habían dicho. Las ciudades conviene descubrirlas por uno mismo, olvidarse de los tópicos, de los lugares comunes y de las habladurías. Cada cual posee su versión. La mía es ésta, y creo que no es mala.
Navegar en góndola por los canales de Venecia, despacio y admirando las fachadas, contiene algo de onírico.
Como navegar por un sueño. Un sueño denso en el que las construcciones de los contornos parecen livianas.
José Angel Barrueco, Asco