Siempre me dio pereza leer esta novela. He visto la película de Steven Soderbergh, pero no recuerdo si vi la de Tarkovski en la infancia (eran demasiado duras para un niño, aunque vi algunas de ellas). Tal vez porque estaba esperando el momento ideal, y sé que le ha sucedido a unos cuantos lectores: el momento ideal acaba de llegar con esta nueva traducción (por primera vez traducida del polaco) y una edición fabulosa (como siempre) de Enrique Redel para su Impedimenta.
Todo lo que oigan de Solaris se quedará corto, probablemente. Es enigmática, entretenida, apasionante, seductora, incita a la reflexión… Kris Kelvin llega a la base que estudia el planeta Solaris y se encuentra con un panorama anómalo: uno de los tripulantes ha muerto, otro parece estar medio loco y el tercero se ha encerrado en el laboratorio. Kelvin empieza a tener, muy pronto, encuentros o visiones. Entre ellas, la de su mujer, que se suicidó muy joven. Kelvin quiere averiguar qué está ocurriendo y si Solaris, formada por agua en un altísimo porcentaje, tiene vida propia e inteligencia. Y pronto se acostumbra a la compañía de Harey, su mujer muerta. Las descripciones de las mutaciones de la superficie del mar, esas criaturas de agua, son asombrosas. Y el aire de inquietud malsana con la que Lem impregna su narración es para quitarse el sombrero.
Aunque pudiese abandonar viva la Estación, en la Tierra únicamente podían aterrizar seres humanos y un ser humano tiene papeles. El primer control acabaría con aquella fuga. Intentarían identificarla, así que, para empezar, nos separarían y aquello la delataría inmediatamente. La Estación Solaris era el único lugar donde podríamos vivir juntos. ¿Lo sabía Harey? Seguro que sí. ¿Alguien se lo había dicho? A la luz de cuanto ocurrió, sospecho que sí.
[Traducción de Joanna Orzechowska]