He aquí, por fin, la tercera película de J. J. Abrams como director, tras la interesante Misión Imposible III y la inolvidable Star Trek (destinada a convertirse en un clásico): Super 8, un revival del cine dirigido y producido por Steven Spielberg en los 80.
Lo primero que llama la atención son los guiños a esas películas: los dormitorios de los protagonistas, con toda clase de parafernalia de cinéfilo adolescente (pósters de Star Wars, Halloween, cubiertas de cómics y de revistas de terror… igual que los cuartos que veíamos en E.T. o Los Goonies); la presencia del actor Glynn Turman en el papel del personaje que lo desencadena todo (evidente guiño a Gremlins, donde el mismo intérprete, haciendo de profesor de biología que experimenta con uno de los ejemplares, se convertía en la primera víctima de las criaturas); la pandilla tipo goonie que conforman los protagonistas, donde incluso hay un chaval especializado en inventos caseros, a la manera de Data; sin olvidar el tono sentimental, en esta ocasión anclado en la reciente muerte de la madre del protagonista.
Lo segundo es la maestría del director. Abrams, bajo el patrocinio de Spielberg, ha hecho su propia versión de aquellas cintas con las que muchos crecimos. Como me dijo mi colega Choche: se trata de una película de los 80 hecha en el siglo XXI y con mejores medios. En este sentido, el trabajo de Abrams como director es espectacular: su planificación y sus movimientos de cámara demuestran que detrás hay un hombre que conoce el oficio y ama el cine. Esa cámara se convierte en el ojo inquieto de un voyeur que filma el mundo con una super 8. Si van a verla, fíjense en los ángulos en los que siempre coloca el objetivo.
Super 8 sería redonda si no fuese por dos lastres que la alejan del espíritu ochentero y la convierten en una película entretenida, pero no imprescindible. En primer lugar, no emociona. Y no emociona como, por ejemplo, sí lo hacían E.T. o Regreso al futuro o El secreto de la pirámide o Los Goonies (para que no se me acuse de ser un espectador demasiado joven cuando esos títulos se estrenaron, admito que me emocioné con Inception, la citada Star Trek, Gran Torino, El caballero oscuro o Infiltrados, por hablar de taquillazos actuales). Esa falta de emoción lastra, como digo, el producto final. Y luego está el desenlace: blando, mal traído y demasiado ridículo (me refiero a los últimos cinco minutos de metraje), algo que, por fortuna, se olvida durante los créditos, donde vemos el corto sobre zombies que los muchachos han rodado, una parodia maestra sobre los cortometrajes cutres que los aprendices de cinéfilo hacen en su adolescencia. En suma: como espectáculo y lección técnica de cine, se merece un 10; pero no llega al corazón, no profundiza, no conquista como lo hizo E.T.