¿Qué sucede cuando colocas un vaso sobre un par de moscas? ¿Y cuando pones una lupa encima de un hormiguero y dejas que el sol atraviese la lente? Esos interrogantes son los que Stephen King se ha planteado en una de sus más celebradas novelas, sólo que aplicadas a los seres humanos, en concreto a todos los habitantes de una pequeña ciudad de Maine, quienes un día se encuentran con que el pueblo está encerrado bajo una cúpula de paredes invisibles. A partir de entonces serán como muñecos sometidos a un experimento. No en vano, los dos antagonistas principales tienen mote de juguetes: Barbie y Big Jim.
Se nota en sus últimos libros: King es consciente de que el mayor peligro para el hombre es el hombre mismo. El hombre es un lobo para el hombre. Por eso en esta novela, que de algún modo sigue los pasos de otras obras corales como La tienda, Posesión, Desesperación o La danza de la muerte, no hay monstruos ni criaturas abisales. Es el ser humano mismo el que se encarga de exterminar a sus ciudadanos por ambición, poder o, simplemente, necesidad de ser cruel y hacer el mal. Esa campana que aísla a los habitantes de Chester’s Mill se convierte en metáfora de las dictaduras, del Muro de Berlín. Es cierto que se trata de uno de los mejores libros de King de estos últimos años (junto a las citadas Posesión y Desesperación y los relatos de Todo es eventual, por ejemplo), y aunque condensa sus virtudes y sus defectos, su extensión acaba pesando: al mamotreto de 1132 páginas le sobran unas 200 o 300. El peso me ha dejado los brazos molidos. Aún así, sigo prefiriendo el papel. Evidentemente.
Algo que se cita poco es el humor que Stephen King suele reservar para sus personajes. A menudo hay comentarios socarrones (a veces del narrador, casi siempre de los personajes), como demuestra este ejemplo:
Big Jim visualizó por un momento el cerebro de Andrea: quince por ciento de páginas web de compras favoritas, ochenta por ciento de receptores de estupefacientes, dos por ciento de memoria y tres por ciento de verdaderos procesos mentales. Aun así, era el material con el que tenía que trabajar. Además, recordó, la estupidez de los compañeros de trabajo le hace a uno la vida más fácil.
[Traducción de Roberto Falcó Miramontes y Laura Manero]