Lecturas de ficción contemporánea, un compendio de críticas literarias de Javier Aparicio Maydeu debería ser lectura oficial de cabecera. En algunas páginas me regodeo en el recuerdo de los libros que ya he leído (de autores como Sebald, Magris, Auster, Handke, Shepard, Nabokov…), y en otras descubro autores que no conocía o a los que no me había dado por leer hasta ahora. Es el caso del escritor suizo Peter Stamm, con quien Acantilado comenzó su colección de narrativa. Y la comenzó precisamente con esta novela breve cuyo arranque ya motiva y engancha: Agnes ha muerto. Ha muerto por una historia. Y nada me ha quedado de ella salvo esa historia.
El narrador se encuentra en Chicago para preparar una guía de vagones de lujo. En algún momento de su pasado fue escritor o, al menos, intentó serlo. En seguida conoce a Agnes, de la que se enamora, y gracias a la cual retoma la escritura. Y a partir de entonces empieza un juego: él escribe un relato para ella. Pero en el relato no sucede lo que ellos han vivido, sino lo que a él le gustaría que ocurriera. Por eso Agnes se convierte en dos mujeres: la real, con la que mantiene una relación, y la imaginada, la que recrea en el papel: En mi mente nuestra relación se había desarrollado mucho más que en la realidad. Es la diferencia entre tener y desear, entre la realidad y la ficción. Confundir los límites puede ser peligroso, y de ello nos habla Stamm con una prosa fina y repleta de sutilezas y sugerencias. Unos extractos:
De alguna manera todos seguimos vivos después de la muerte, sea en el recuerdo de otras personas, sea en el de nuestros hijos. Y también en las obras que hemos creado.
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Pensé en el hijo que Agnes estaba esperando. Me pregunté si se parecería a mí, si tendría mi carácter. No podía imaginarme qué pasaría si en alguna parte existía un hijo mío. Yo sería su padre aun cuando no volviera a ver a Agnes nunca más. Cambiaré mi vida, pensé, aunque no me encuentre nunca cara a cara con él. Y luego pensé que no soportaría no encontrarme nunca con mi hijo. Quiero saber quién es, qué aspecto tiene. Saqué la libreta de apuntes e intenté dibujar una cara. Como no lo conseguí, empecé a escribir.
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Y la libertad siempre me había importado más que la felicidad. Quizás era eso lo que mis amigas llamaban egoísmo.
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El dolor nos ligaba más estrechamente de lo que nos había ligado la felicidad.
[Traducción de Richard Gross y Mª Esperanza Romero]