Hay ternura en quien se empeña en catalogar sus pocas posesiones, colillas, latas, lápices, condones. Hay ternura, en definitiva, en quien se pasa la vida huyendo del hielo de su mirada. La ternura de Beckett procede, sin duda, de experiencias vitales que debieron ocasionarle un traumatismo indeleble. Pretender rescatar esa experiencia resulta, en sede crítica, una invitación a la penumbra. Otras veces dicha experiencia sí puede rastrearse porque es, en rigor, una vivencia eminentemente literaria.