A las 20:00 horas, en compañía de mi colega David Refoyo (aunque Luis Ingelmo aparezca en el cartel, finalmente no intervendrá), en la Biblioteca Pública de mi ciudad, presento Asco (Editorial Eutelequia). Ayer, por cierto, de alguna manera milagrosa la noticia pasó los filtros de Europa Press y esa nota de prensa se ha colado en muchos medios. Desde aquí, mi gratitud hacia todos ellos y hacia todas las personas que han difundido el evento mediante Blogger, Twitter y Facebook. A continuación, algunos fragmentos:
Sí.
En el océano es necesario desprenderse del pasado e ignorar el futuro y asumir un presente sin incógnitas ni suposiciones. Sólo así, ya sea navegando en un navío de guerra o en una chalupa a la deriva o en un yate de lujo o en un barco para turistas, puede el tripulante reprimir los instintos naturales que podrían acometerle al sentirse rodeado de agua por doquier: la agorafobia, la morriña o la añoranza o la saudade, la claustrofobia. Lo que puede destrozar a un marinero, y al mismo tiempo ayudarlo a digerir los trastornos propios de la soledad y la lejanía, es precisamente pensar en los suyos, en la mujer que dejó atrás, en los hijos que esperan en tierra y crecen sin que él los vea crecer, y pensar en ellos con nostalgia y con un deseo irreprimible de verlos y de abrazarlos, y a veces ese recurso, sin embargo y de manera paradójica, será lo único que mantenga su fortaleza.
En contra de lo que había creído y supuesto y pensado antes de embarcarme en un crucero de lujo por el Mar Adriático durante ocho días de julio, al pisar las cubiertas y los camarotes y recorrer algunos recovecos del barco no sentí el ahogo de la lejanía ni el deseo de regresar a tierra firme, ni noté el sofoco que, imaginaba, haría de mí un pasajero mordido por la prisa del desembarco.
Me desprendo del pasado en cuanto subo al M/V Zenith, no pienso en nada de lo que queda en tierra: ni mi ocupación diaria, ni mis amigos, ni la ciudad en la que vivo, ni mis rutinas… Y comprendo en seguida que ésa es o debería ser la solución secreta del marinero, del navegante: levar anclas respecto al tiempo, quedarse sólo en el presente, a verlas venir, a ver sólo las olas y las circunstancias y las tierras que uno va a visitar y los puertos en los que el barco atracará.
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Tres o cuatro días antes de partir le comentamos a un amigo nuestro propósito de hacer un crucero y él me aconsejó que leyera el reportaje de David Foster Wallace en el que cuenta su epopeya en un barco de lujo. Yo había leído años atrás dicho texto, incluido en el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, que es, además, el título de ese reportaje. Tantos años atrás que ya no lo recordaba o sólo tenía un vago recuerdo pese a que su lectura me había fascinado.
Lo releeré antes de embarcar, le dije. La relectura, sin embargo, fue aplazada entre unos motivos y otros y decidí releerlo a mi vuelta. Tal vez, en mi inconsciente, no quería volver a ese libro para que no influyera demasiado en mi propio viaje.
Apenas unas páginas después del inicio de este relato, decidí releer el famoso texto de DFW, e incluso incorporarlo al libro como pieza de trabajo. Y dado que el volumen original, publicado por Mondadori, pesa mucho y se maneja mal y la letra es diminuta, interrumpí la mañana de trabajo de ayer para ir a comprarme un ejemplar en bolsillo: en las librerías disponen de una edición que sólo contiene ese reportaje, como si estuviera destinado a mí, a servir a mis propósitos. Lo compré por poco más de seis euros y, desde ayer, compagino la relectura con la escritura de mi experiencia.