El secretismo que ha posibilitado las granjas industriales se está rompiendo en pedazos. Durante los tres años que he dedicado a escribir este libro, por ejemplo, he visto la primera documentación que demuestra que la ganadería contribuye al calentamiento global más que ningún otro sector; he visto cómo el organismo de investigación más importante (la Comisión Pew) recomendaba la prohibición total de muchas de las prácticas de confinamiento de animales; he visto cómo el primer estado (Colorado) ilegalizaba ciertas prácticas comunes en la ganadería industrial (las jaulas de gestación, por ejemplo) como resultado de sus negociaciones con la industria (más que de las campañas contra ella); he visto a la primera cadena de supermercados (Whole Foods) comprometerse a un programa extensivo y sistemático de etiquetado de bienestar animal; y he visto al primer periódico de la nación (el New York Times) publicar un editorial contra las granjas industriales como sistema, en el que defendía que “la cría de animales se está convirtiendo en maltrato de animales” y que el “estiércol… se había convertido en un residuo tóxico”.
[Traducción de Toni Hill Gumbao]