Pero yo, con afán de romper las reglas, reflexiono sobre el tema y concluyo que sería mejor vivir en África, un lugar más puro, con menos radiaciones, un sitio donde no hay tanto miedo a la muerte, donde se puede acceder a los grandes secretos, a la verdad sin artificios, la que se esconde más allá de las colmenas de viviendas que nos asfixian, más allá de este mundo de cartón-piedra en el que, parafraseando a Beigbeder, el hombre es un producto con fecha de caducidad. Un producto sin garantía que suele durar más de cuarenta años, pero que, pasado ese tiempo, está altamente expuesto al cáncer y otros agentes destructores.
"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
viernes, abril 29, 2011
Tomás Sánchez Santiago: Música de astillas
Hace unos meses Tomás me envió algunas muestras de su Música de astillas (breves anotaciones en libretas), y por problemas de tiempo y agenda sólo pude leer algunas de esas notas. Son, como siempre en Tomás, de un gusto y una calidad exquisitos. Hoy, al recibir el boletín de Fronterad, me encuentro con otra selección de esos chispazos de literatura. Se pueden leer aquí.
jueves, abril 28, 2011
El año del pensamiento mágico, de Joan Didion
Es el célebre libro que Joan Didion escribió tras la muerte de su marido, el escritor y guionista John Gregory Dunne, quien sufrió un ataque al corazón mientras la hija de ambos estaba en coma; la hija se recuperó, para morir dos años después que el padre. Aquí os dejo un extenso fragmento:
El dolor por la pérdida nos resulta un lugar desconocido hasta que llegamos a él. Anticipamos (lo sabemos) que alguien cercano a nosotros puede morir, pero no imaginamos más allá de los días o semanas inmediatamente posteriores a esa muerte imaginada. Incluso interpretamos erróneamente la naturaleza de esos pocos días y semanas. Si la muerte es repentina, es posible que esperemos sentirnos conmocionados, pero no esperamos que la conmoción sea arrasadora, que trastorne a la vez el cuerpo y el espíritu. Es posible que esperemos sentirnos postrados, inconsolables, locos por la pérdida, pero no esperamos estar literalmente locos, personas enteras que creen que su marido está a punto de regresar y necesita sus zapatos. En la versión del dolor que imaginamos, la pauta a seguir es la “recuperación”. Prevalecerá un cierto movimiento hacia adelante. Los peores días serán los primeros. Imaginamos que el momento más duro de la prueba será el funeral y que tras él se iniciará esa hipotética recuperación. Cuando anticipamos el funeral nos preguntamos si lograremos “superarlo”, estar a la altura de las circunstancias, hacer gala de la “entereza” que invariablemente se menciona como respuesta correcta ante la muerte. Anticipamos que necesitaremos fortalecernos para ese momento: ¿seré capaz de recibir a la gente? ¿Seré capaz de dejar el lugar? ¿Seré capaz siquiera de vestirme ese día? No sabemos que ése no será el problema. No podemos saber que el funeral en sí mismo será anodino, una especie de regresión narcótica, arropados por el cariño de los demás y por la gravedad y significado de la ocasión. Ni podemos saber –y ahí reside la diferencia fundamental entre cómo imaginamos el dolor y cómo es en realidad ese dolor– la interminable ausencia que sigue al hecho en sí, el vacío, la absoluta falta de sentido, la inexorable sucesión de momentos en los que nos enfrentamos a la experiencia del sinsentido.
[Traducción de Olivia de Miguel]
Citas. 128
Tengo treinta y ocho años, ya he pasado por todas. El trabajo me ha dado todo y me ha quitado todo. No dejo que nada ni nadie me confunda.
Werner Herzog, Conquista de lo inútil
Trailer de Immortals
Con Henry Cavill, Stephen Dorff, Isabel Lucas, Freida Pinto, Luke Evans, John Hurt y Mickey Rourke. Dicen que es de los productores de 300; se nota. Aquí.
miércoles, abril 27, 2011
Teatro, de Don DeLillo
Por fin se publica en España el teatro completo de Don DeLillo. Cinco obras: las diminutas (por extensión: representadas deberían durar un minuto, con ese propósito fueron concebidas) El arrebato del deportista en su asunción al cielo y El misterio en mitad de la vida ordinaria, tensas como la cuerda de un piano y más breves que un cortometraje; La habitación blanca, en la que los papeles de los doctores y de los pacientes se confunden y despistan al lector; Valparaíso, la crítica a los medios de comunicación y sus fórmulas despiadadas para chupar el tuétano de quienes enfocan con sus objetivos; y Sangre de amor engañado, quizá la mejor de todas, en la que tres familiares de un enfermo se plantean si ayudar a morir a ese hombre, sumido ya en un estado vegetativo.
En estas obras, escritas con esa prosa enigmática e inquietante que es el sello del autor, volvemos a paladear las claves y los temas que a DeLillo le interesan: la fama, la muerte, la confusión de identidades, el pasado, el tiempo, los malestares de la sociedad contemporánea y, cómo no, la presencia de la tecnología como ojo que todo lo ve: La vida fuera de las cámaras es inverificable, apunta un personaje. DeLillo es un maestro, qué duda cabe, y siempre conviene tener a mano un teclado o un bolígrafo para anotar sus sentencias (Entreviste a su útero. Ahí es donde se urden todas las tramas, dice uno de los protagonistas de Valparaíso). Un par de ejemplos:
DELFINA:
¿Cuál es la palabra que mejor describe la condición de un hombre que avanza con decisión y valentía hacia su propia, durísima, verdad?
TEDDY:
¿Cuál es la palabra?
¿Cuál es la palabra?
DELFINA:
Caducidad.
**
LIA:
[…] Comprendo ahora el modo en que dos personas pueden vivir juntas y cuando una de ellas muere la otra tiene que dejar de vivir. La otra no puede vivir un solo día ni una sola semana. Un día puede resultar pasable, vivible. Una semana es demasiado larga y oscura. Una muere, la otra tiene que morir. […]
[Traducciones de Ramón Buenaventura y Otto Minera]
Tinta y oro: hoy, en Sevilla
Ayer estuve en la presentación de otra de las apuestas editoriales de Eutelequia: Tinta y oro, un libro de Noelia Jiménez en cuyas páginas entrevista a varios diestros (copio y pego: Joselito, José Tomás, Enrique Ponce, César Rincón, El Juli, Curro Vázquez, Luis Francisco Esplá, El Fundi, Alejandro Talavante, Miguel Abellán, Morante de la Puebla, El Cid, Juan Mora, Frascuelo y Cristina Sánchez). No me interesa en absoluto el mundo taurino. Fui por amistad y por apoyar a la autora y a la editora (Clea Moreno), ambas en la mesa junto a Carmen Rigalt, Carlos Abella, Israel Cuchillo (sustituyendo a Juan Miguel Sánchez Vigil, quien no pudo acudir por problemas de salud) y Germán San Nicasio.
Pensé que iba a aburrirme por el tema, y no fue así. La primera sorpresa fue saber que Germán ha hecho casi todas las ilustraciones interiores y la portada (genial, esa mezcla de montera y laberinto). La segunda, que es un libro de entrevistas, género que me encanta. La tercera, que el acto lo presentaba la periodista Cristina Saavedra, tan impactante como una modelo. La cuarta, que Pablo San Nicasio tocó unos temas a la guitarra, y de nuevo estuvo sembrado. Y además asistieron varios toreros: El Fundi, César Rincón, etc. No se habló de toros, sino del oficio periodístico, de Noelia, de la entrega en su trabajo. Fue en una sala de Las Ventas y sí, estaba abarrotado de gente, incluso de medios de comunicación (algo infrecuente en las presentaciones). Hoy lo presentan en Sevilla. Quienes hemos publicado (o vamos a publicar) con Clea sólo podemos estar orgullosos de sus saltos sin red, de sus apuestas arriesgadas. La próxima parada será el libro de Mario Crespo, Cuento kilómetros, y sugiero que vayan apuntando ya los días de presentación, en mayo: 6 (Zamora), 10 (Madrid) y 14 (Salamanca).
The Trip
La nueva película de Michael Winterbottom, que también ha convertido en una serie de televisión. Supongo que lo que se estrenará en cines es el episodio piloto. El protagonista es Steve Coogan.
Salir a la calle
Llegué a Zamora el Miércoles Santo, lo cual redujo mucho las posibilidades porque uno se ha perdido para entonces media Semana Santa. Este año me propuse varios objetivos. Por ejemplo, no ver ni un minuto de televisión: entre otras cosas, siempre programan las mismas películas en estas fechas; pero mi ambición era escaparme de los telediarios y su repertorio de tragedias y lugares comunes. Por ejemplo, no leer la prensa. No actualizar los blogs que administro. Conectarme a internet sólo una vez al día o cada dos días para comprobar la bandeja de correo electrónico, por si hubiera algo importante o urgente. Dormir un poco más de lo habitual. En suma, tratar de fugarme de la rutina. A cambio de esas renuncias, intenté empaparme de la ciudad: caminar por ahí, ir un rato al cementerio, frecuentar los bares y los pubs, comer bastantes productos de la tierra, atravesar Santa Clara en busca de mis familiares (en vacaciones no es necesario quedar con la familia: basta con salir un rato a la calle para encontrarla)… Pero alejarme de la pantalla del ordenador no supone que me alejara de los libros. Los libros nunca pueden faltar en mis rutinas ni en mis días de asueto. En cada parada en casa reunía las fuerzas suficientes, aunque estuviera cansado de estar por ahí, para leerme algún libro: leía a Don DeLillo, a Kenneth Cook o ese estudio de varios autores titulado `Tentativas sobre Beckett´. Este trote por la ciudad me ha sentado bien: llevaba unos meses apartado de la ronda de garitos y sometido a contactos exclusivamente literarios.
Ha sido una Semana Santa extraña. Y no me refiero a mi caso particular, sino en general. La lluvia ha mojado la ciudad y las túnicas de los cofrades, ha retrasado la salida de algunas procesiones y acortado los itinerarios de otras y nos ha ofrecido una estampa diaria un poco desapacible. Los hoteles no han llenado. Durante la mañana del Viernes Santo los bares y cafeterías y restaurantes de la zona de las Tres Cruces y aledaños sufrieron pérdidas. En la tele retransmitieron partidos de fútbol, que para mí son un peñazo, y tuve a los amigos distraídos con cada una de esas competiciones. El Día del Libro coincidió con el Sábado Santo y creo que es la primera vez que no he comprado alguna obra literaria en esa fecha. Y tampoco he ido a merodear por las librerías, a la caza. Dicen que los botellones de la madrugada del Viernes han tenido una participación masiva, pese a la lluvia: yo estuve por los bares próximos a Balborraz y ninguno registró el lleno total. ¿Dónde estaba la gente? Supongo que los más jóvenes en el botellón, y el resto en casa, lamentándose de la crisis y el mal tiempo. El Sábado Santo, a eso de las dos de la tarde, cayó un aguacero brutal que no tardó en convertirse en granizada brutal. Me hablaron de un garito que sirvió sopas de ajo incomibles porque estaban elaboradas con pan de molde y sin pimentón: por supuesto, no diré el nombre del local, porque no soy un soplón. Me hablaron de montones de churros que no han podido vender en las Tres Cruces. Semana Santa también es eso: salir a la calle y escuchar a la gente.
La última noche, cansados ya, caminando por la ciudad de regreso a casa, un colega y yo hicimos balance de esos días. Él dijo que esta vez estaba muy satisfecho: había visto a mucha gente y había podido reunirse con muchos amigos, algo que no sucedió en Navidades. Yo pensé lo mismo, le di la razón. Eso de los reencuentros no te lo quita ni la lluvia. Y es lo que de verdad importa.
martes, abril 26, 2011
Sin límites (Limitless)
La semana pasada fui a ver Código Fuente (Source Code), una película del director de Moon, Duncan Jones, que me hubiera gustado más de no existir esa obra de culto que es Atrapado en el tiempo (aka El Día de la Marmota). En ella, el protagonista viaja en el tiempo repetidas veces para resolver un atentado en tren y siempre dispone de 8 minutos. Una vez vista la primera secuencia, el resto es previsible. Pero lo es porque, insisto, tenemos el precedente del citado filme de Bill Murray. Salí ligeramente decepcionado y ya no sabía si ir a ver Sin límites.
Pero Sin límites me ha parecido una auténtica sorpresa. La clase de película que mezcla diversos géneros y que me recordó un poco a Días extraños. En Limitless el protagonista (Bradley Cooper) es un escritor fracasado y en bloqueo perpetuo al que invitan a tomar una pastilla (NZT) que acelera el rendimiento del cerebro hasta el 100 %, lo que le permite no sólo solucionar bretes en apenas unos minutos, sino traer de alguna zona recóndita de su mente cosas que ha leído o visto y que no creía recordar (ej: durante una pelea recuerda las películas que vio de Bruce Lee y los combates de boxeo, lo que le permite imitar sus movimientos a la perfección y dar una paliza a sus contrincantes); y, por supuesto, logra la fuerza y el estímulo necesarios para escribir su novela y aprender idiomas y otros conocimientos en pocos minutos. Se convierte, pues, en un hombre nuevo y superdotado. La droga ha hecho que mute por completo. Pero cada droga, y el NZT no es menos, acarrea sus consecuencias, entre ellas la adicción y la enfermedad.
El director es Neil Burger, que camufla un thriller como si fuera ciencia-ficción, lo que potencia las cualidades paranoicas de la trama. Burger fue el director de El ilusionista. Uno de los secretos está en el guión, con reminiscencias a la obra de Philip K. Dick y a las complejidades de la mente, los recuerdos y la identidad. También en la manera de rodar, con movimientos de cámara que a veces evocan ciertas escenas de Sherlock Holmes o de El club de la lucha. Muy entretenida, un disfrute de principio a fin.
Éxito. Un libro sobre el rechazo editorial, de Íñigo García Ureta
La jornada ya no es lo que era. La reducción de las plantillas, la duplicación de actividades varias –desde contestar llamadas de autores desocupados o agentes ceñudos hasta la redacción de briefings internos y la asistencia a reuniones anodinas– y el mayor número de propuestas recibidas hace que los editores cada vez tengan menos tiempo no ya para leer, sino para hacer una edición cuidada y meticulosa de los libros de que son responsables. Éstos, por su parte, gozan también de una vida cada vez más corta. Algo en lo que sin duda influyen la distracción que provoca la avalancha de información inmediata que propicia Internet, el cansancio del número de horas de lectura en pantalla de correos electrónicos y sms, y la intrusión del trabajo en la vida privada por culpa de los diversos dispositivos electrónicos que nos mantienen conectados las 24 horas del día.
*
¿Qué dos consejos darías a cualquier autor que acaba de ser rechazado por una agencia o editorial?
«Que no tire la toalla. Que no les eche la culpa a agentes y editores. Que reescriba o empiece un nuevo proyecto. Que encuentre su propia voz narrativa». Petra Sluka.
«Primero, que siguiera escribiendo como si nada hubiera ocurrido. Segundo, que siguiera escribiendo como si nada hubiera ocurrido». Juan Ángel Juristo.
Cartel y trailer de Melancholia
Lo nuevo de Lars Von Trier. Con Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling, John Hurt y Stellan Skarsgard. Aquí.
Hoy, en Madrid
Presentación de Tinta y oro (Eutelequia). A las 19:30 horas en la Sala Antonio Bienvenida de la Plaza de Las Ventas (C/ Alcalá, 237). Intervendrán Carmen Rigalt, Juan Miguel Sánchez Vigil, Carlos Abella y Cristina Saavedra, además de la autora, Noelia Jiménez, y la editora, Clea Moreno. Después habrá un concierto de guitarra a cargo de Pablo San Nicasio.
lunes, abril 25, 2011
Cuatro dublineses, de Richard Ellmann
Ellmanm, importante biógrafo fallecido en 1987 reúne aquí cuatro ensayos sobre cuatro de los más grandes y célebres escritores de Irlanda: Oscar Wilde, W. B. Yeats, James Joyce y Samuel Beckett. Casi nada… Estos ensayos contienen algunas conexiones entre ellos y constituyen un retrato muy interesante sobre la vida y la obra de los cuatro dublineses. Del prólogo del propio autor:
Wilde avanza despreocupado hacia su destino y quiere tenernos de buen humor porque éste es mucho más grosero que él, mucho menos encantador, mucho menos atractivo, y se burla de la justicia a causa de su estupidez. Yeats se esfuerza con pasión imaginativa por derrotar lo prosaico y revolucionar la realidad. Joyce, intransigente pero afirmativo, transforma en heroico lo antiheroico y lo heroicoburlesco, vuelve lírico lo vulgar y se lleva por delante la Iglesia y el Estado. Beckett niega con la misma pasión con que los otros afirman, pero a veces manifiesta un sentido de lo cómico y lo absurdo que se parece al de ellos. Los cuatro, a la manera de los escritores modernos, se dirían dislocadores y subversores de todo, salvo de la verdad.
[Traducción de Antonio-Prometeo Moya]
Cartel de Wilde Salome
También Al Pacino vuelve a dirigir, y no parece haberse alejado de la recomendable Looking for Richard: aquí adapta a Oscar Wilde y también se reserva dos papeles: de Herodes y de sí mismo. Jessica Chastain interpreta a Salomé.
Trailer de Larry Crowne
La nueva película protagonizada por Tom Hanks. La buena noticia es que la dirige él. La mala es que sale Julia Roberts. Aquí.
miércoles, abril 20, 2011
Ya a la venta
Cincuenta autores, cincuenta historias, con algunos bonus extra. Encontramos a los amantes del cuento, del relato y del microrrelato; con la pretensión, única, de dar a conocer a autores noveles que no habían logrado publicar en periódicos o revistas. Para ello quisimos contar con cuentistas y narradores de contrastada trayectoria, los más significativos del momento, para que arroparan con sus textos a la savia inédita. Nos vemos al otro lado del espejo, allí donde la ficción es una realidad, o viseversa.
Nómina: Nacho Abad, Escandar Algeet, Lola B. Gallardo, José Ángel Barrueco, Fernando Clemot, Mario Crespo, Antonio Bordón, Sergio C. Fanjul, Iñaki Echarte Vidarte, Manu Espada, Óscar Esquivias, Sonia Fides, Carlos Frühbeck, Hipólito G. Navarro, David González, Esteban Gutierrez Gómez, Patxi Irurzun, Domingo López, Talía Luis Casado, Marcelo Luján, Inma Luna, Miguel Ángel Martín, Reyes Monge, Luis Morales, Ángel Muñoz (Voltios), Vicente Muñoz Álvarez, José Naveiras, Susana Obrero, Daniel Ortiz Peñate, Dani Orviz, Olaia Pazos, Ana Pérez Cañamares, Pepe Pereza, Andrés Portillo, Luis Miguel Rabanal, Alfonso Xen Rabanal, David Refoyo, Markus Renström, Esther Rodríguez Cabrales, Carlos Salem, Mayte Sánchez Sempere, Marta Sanz, Javier Serrano, Lorenzo Silva, María Jesús Silva, Estelle Talavera Baudet, Déborah Vukusic, Marian Womack.
Evocaciones (Homenaje a Georges Perec)
La pregunta adecuada sería: ¿cómo empezar? O, más bien, ¿por dónde?
En este texto trato de evocar mi relación con la Cofradía de Jesús Nazareno, vulgo “Congregación”, a la que pertenezco desde que era un niño. He desfilado desde entonces; sin perderme un año.
En este texto trato de evocar mi relación con la Cofradía de Jesús Nazareno, vulgo “Congregación”, a la que pertenezco desde que era un niño. He desfilado desde entonces; sin perderme un año.
Lo ideal sería presentar evocaciones compactas, sin fisuras, sin olvidos.
Pero la memoria es fragmentaria. Dispersa. No es fácil de atrapar. No permite que la enjaules.
El escritor francés Georges Perec (1936 – 1982), a quien vengo leyendo desde hace tiempo con devoción y con calma, tuvo la respuesta: enumerar aquello que nos parece importante. Los recuerdos, las fotos, los objetos, las postales, los sonidos. Trozo a trozo, ladrillo a ladrillo, fragmento a fragmento, como quien construye una casa imperfecta. De esos resquicios surgirá el cuadro completo de la memoria.
Vamos allá, y enumeremos:
—Una mano. La de mi madre. No sé si la derecha o la izquierda. Sujeta la mía en la madrugada. Soy un crío, no sé con certeza cuántos años tendría. Al extremo de su otro brazo está mi hermano. Son más o menos las cinco y algo de la mañana y aguardamos entre el público. Esperamos a nuestro tío y a nuestros primos para meternos con ellos en la hilera de cofrades. Delante desfilan los hermanos, de negro riguroso. Acaban de salir de la Iglesia de San Andrés, en la Plaza del Seminario. Mi madre quiere que evitemos la aglomeración de la salida.
—Una mano. La de mi madre. No sé si la derecha o la izquierda. Sujeta la mía en la madrugada. Soy un crío, no sé con certeza cuántos años tendría. Al extremo de su otro brazo está mi hermano. Son más o menos las cinco y algo de la mañana y aguardamos entre el público. Esperamos a nuestro tío y a nuestros primos para meternos con ellos en la hilera de cofrades. Delante desfilan los hermanos, de negro riguroso. Acaban de salir de la Iglesia de San Andrés, en la Plaza del Seminario. Mi madre quiere que evitemos la aglomeración de la salida.
—Una cruz. La que talló mi abuelo para mí, en su carpintería, décadas atrás. La cruz de madera, pintada de negro como estipulan las normas de la cofradía, y luego barnizada para darle lustre. La cruz que se me ha caído al suelo en numerosas ocasiones y que, salvo una pequeña cicatriz de “fábrica” (un defecto de la madera, una oquedad que me permite reconocerla al tacto), no ostenta muescas ni jamás se ha roto ni astillado. Soporta el tiempo y la intemperie porque fue construida para durar y para perdurar. La cruz y yo vamos envejeciendo juntos. Espero que ella me sobreviva.
—Un grupo. El que formo con mis amigos de siempre en una vieja fotografía en blanco y negro. Alguien nos la hizo en torno a las cuatro y media de la mañana, recién vestidos en el almacén del padre de uno de estos amigos. Somos aún muy jóvenes. Casi todos gastamos bigote y/o perilla. En la imagen salimos nueve de nosotros: alegres, cómplices. Me recuerda a una época en la que había menos compromisos familiares, más ilusión nocturna, menos cansancio físico. Si hoy hiciéramos la misma foto, en la noche de autos, saldríamos apenas cuatro de nosotros.
—Una túnica. La de mi tío, cofrade desde hace siglos: una de esas túnicas gastadas por el uso y por los años, cuya tonalidad negra ha mutado hasta el sepia, y con la que apareció en una antiquísima fotografía de algún periódico. Se remonta al origen de los tiempos. La presencia habitual de mi tío, para mí, supone que la Semana Santa es más confortable mientras él participa en ella.
—Una sorpresa. La que cierto año se llevó un anciano de aspecto rural, espectador de la procesión, cuando durante el desfile, en vez de ofrecerle una almendra, le ofrecí un expendedor de caramelos PEZ para que degustara uno. Nunca había visto ese objeto y creyó, al principio, que era “un chisquero”, y luego que podría ser droga o que era una treta para pillarle el dedo. Sus familiares lo convencieron para tomar una de esas pastillas de sabor ácido y, al probarla, su sorpresa se trocó en placer.
—Un desasosiego. El que suponía para nosotros, cuando éramos niños, la espera nocturna hasta las cuatro de la madrugada del Viernes Santo (hora de ponerse las túnicas), intentando conciliar el sueño en la cama, dando vueltas entre las sábanas. Yo era incapaz de dormir, ávido por la impaciencia y ansioso por el momento en que pudiéramos retirarnos del lecho, desempolvar los hábitos e ir en busca de la salida del desfile.
—Una costumbre. La de ir al cine en sesión de madrugada, en esa noche de Jueves (aunque ya era Viernes), para matar el tiempo hasta las cuatro, la hora (ya lo he dicho y lo repito) en que iríamos a nuestras casas a por las túnicas, los cíngulos y los decenarios y las cruces y los medallones y la bolsa de almendras. Habíamos entrado ya en la adolescencia y renunciábamos a intentar dormir, y la costumbre cinéfila duró sólo unos años.
—Un caperuz. El más antiguo de los dos que poseo. El nuevo me queda grande y no sé si lo he usado en alguna ocasión. La última vez que tuve que comprar otra túnica opté por seguir poniéndome el caperuz viejo, que contrasta con el rigor al tacto de la túnica nueva, aún (más o menos) joven. Ese caperuz ya tiene solera. Soy incapaz de renovarlo, me resisto a su condena a un baúl o al olvido. Para mí ya es como el sombrero para Indiana Jones cuando sale en busca de aventuras.
—Un calzado. Esas botas que nunca eran negras, y que yo le entregaba a mi madre y a mi hermana, ya tarde, apenas unas horas antes de la procesión, para que me ayudaran a teñirlas porque a mí no me daba tiempo a hacerlo. Las entintaban de negro para que el calzado se ajustara al reglamento de la hermandad, y siempre lo conseguían dentro del plazo que les marcaba merced a mi olvido y a mi incompetencia. Algunos años, cuando me las ponía, el betún estaba aún fresco y, al atar los cordones, me manchaba las manos de tinte.
—Un desayuno. Las sopas de ajo que sirven en el Restaurante Ribel de la calle Víctor Gallego, que tomamos fielmente cada año durante el fondo y parada de la procesión en las Tres Cruces.
—Un sonido. El de la corneta y el tambor del Merlú irrumpiendo en la madrugada, anunciando ya la proximidad del desfile. Durante los primeros años lo escuchaba desde la cama. Con el tiempo, lo he oído mientras iba por las calles o cuando caminábamos hacia el lugar donde guardábamos las túnicas y las cruces. En todos los casos me reconfortó.
—Una tapa. La tapa de chorizo a la brasa que, durante muchos años, tomábamos de aperitivo en el bar El Chorizo, en la Calle de los Herreros, al término del desfile, ya de mañana, más o menos en torno a las doce. Aquello nos servía, junto a unas cañas de cerveza con gaseosa, para remojar el gaznate reseco y recuperar fuerzas hasta que volviéramos a nuestros respectivos hogares. El desayuno de los campeones.
—Una tradición. Acudir, seis o siete horas antes del inicio de la procesión, al Mesón Balborraz de la Calle Balborraz para cenar un hornazo. Sus ingredientes blindan el estómago y dan calor para una noche que, por lo general, suele ser fría o con amenaza de lluvia.
—Un paso. El Cinco de Copas y sus cinco tallas perfectamente distribuidas sobre la mesa, en una simetría exacta que invoca la belleza de las matemáticas, por muy difícil que sea aprender esa asignatura en clase.
—Un símbolo. El Merlú de bronce instalado junto a la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva. Obra de Antonio Pedrero. Embruja a los niños, atrae a los turistas, su sombra fascina a los borrachos y, para quienes nacimos en la ciudad, supone un orgullo.
—Un olor. El de las almendras garrapiñadas y recién hechas en los tenderetes callejeros que uno se encuentra caminando por la ciudad. Las almendras que, sin embargo, ya no compro porque prefiero repartir gominolas sin azúcar y caramelos con envoltorio, que no dejan pegajosas las manos.
—Un hedor. El de esas túnicas recién sacadas del baúl que apestan a alcanfor. A uno le repudian. Pero, si no las oliéramos de vez en cuando, tal vez las echaríamos de menos, como a veces se añora el barro de los charcos.
—Una fotografía. Mi madre detrás de mis hermanos en Viernes Santo, a la puerta de la casa de sus padres. Mi hermano aparece vestido con la túnica de esta Hermandad. No sé dónde estaba yo.
—Una marcha. La de Thalberg. Evidentemente. Por mucho frío que uno tenga, por muy cansado que uno esté, oír ese tema durante el desfile levanta los ánimos. De vez en cuando emociona, sobrecoge.
—Un momento. La entrada de la Virgen de la Soledad en San Juan. Los hermanos levantan la cruz en señal de respeto y ofrenda. Si a algún forastero no le da por cantar una saeta, el instante suele ser emotivo y contiene la exactitud de la perfección.
—Un disgusto. Cuando la procesión no salió a causa de la lluvia en el año 2009. Todos nos quedamos mustios, igual que si nos hubieran robado algo.
—Una alegría. Una alegría casi siempre inesperada es cuando, desfilando como hermano en la procesión, uno descubre entre el público el rostro de alguien a quien no esperaba encontrar. Puede tratarse de un familiar, de un antiguo amigo, de una persona a la que llevabas años sin ver.
—Una certeza. La de saber que nada de esto es tan emocionante como cuando uno era niño. Pero, también, la de saber que, algún día, uno revivirá muchos de esos momentos a través de los ojos de un niño. De su hijo, posiblemente. Y lo hará con la misma emoción de antaño.
[Nota: este reportaje fue publicado el pasado 14 de abril]
Esta noche, en Madrid
Nueva presentación de Al otro lado del espejo. Narrando contracorriente, antología que ya tengo en mi biblioteca y que ha quedado de lujo. Será a las 21:00 horas en Los Diablos Azules. Compré hace un mes un billete para irme hoy a Zamora, de modo que no podré asistir.
La matrona
Nunca había estado (lógicamente) en una clase de preparación al parto. Había visto en algunas películas, por lo general en comedias románticas o en comedias salvajes sin romanticismo, esa típica escena en la que una docena de embarazadas hacen sus respiraciones controladas y los maridos y los novios a veces las ayudan o supervisan. Ahora ya conozco el tema de cerca. He asistido, de momento, a dos de esas clases. Encierran algo extraño. El primer día me pareció que acababa de regresar a la escuela, teniendo que sentarme en una sala en la que atendíamos a las explicaciones de una mujer que dibujaba, de vez en cuando, esquemas en la pizarra. O que soltaba a menudo eso que tanto decían mis profesores: “A ver… preguntas. ¿Alguna pregunta? ¿Nadie pregunta?”. La gente tiene que levantar la mano y plantear su duda. El primer día llevaron a una mujer que había dado a luz un par de semanas atrás. Le tocó sentarse delante de “la clase” y contar su experiencia y someterse a los interrogatorios.
Tras una hora de charla, comentarios y preguntas, los pocos hombres que habíamos asistido tuvimos que sacar las colchonetas del trastero y colocarlas en el suelo. Las mujeres se tumbaron en esos tatamis de color verde para hacer ejercicios y estiramientos. La matrona iba dando órdenes. Fue, ya digo, extraño, aunque también interesante y enriquecedor. Todo estaba envuelto en una atmósfera rara, a medio camino entre el silencio de las aulas de colegio, la intimidad propia de las clases particulares, el calor de los ejercicios de la asignatura de gimnasia (o Educación Física, si lo prefieren) y cierto aroma a rigidez castrense cuando la matrona profería algunas órdenes o se expresaba en un tono entre conminatorio y humorístico. También me llamó la atención la jerga utilizada durante la clase: palabros y expresiones que provocan escalofríos y que seguro que entusiasmarían a Chuck Palahniuk: “útero verde”, “a nadie le gusta coser un culo”, “estrecho como la cabeza de un globo”, “episiotomía”, “administrar oxitocina”, “dilatación”, “líquido amniótico”, “inyección epidural”…
Tras una hora de charla, comentarios y preguntas, los pocos hombres que habíamos asistido tuvimos que sacar las colchonetas del trastero y colocarlas en el suelo. Las mujeres se tumbaron en esos tatamis de color verde para hacer ejercicios y estiramientos. La matrona iba dando órdenes. Fue, ya digo, extraño, aunque también interesante y enriquecedor. Todo estaba envuelto en una atmósfera rara, a medio camino entre el silencio de las aulas de colegio, la intimidad propia de las clases particulares, el calor de los ejercicios de la asignatura de gimnasia (o Educación Física, si lo prefieren) y cierto aroma a rigidez castrense cuando la matrona profería algunas órdenes o se expresaba en un tono entre conminatorio y humorístico. También me llamó la atención la jerga utilizada durante la clase: palabros y expresiones que provocan escalofríos y que seguro que entusiasmarían a Chuck Palahniuk: “útero verde”, “a nadie le gusta coser un culo”, “estrecho como la cabeza de un globo”, “episiotomía”, “administrar oxitocina”, “dilatación”, “líquido amniótico”, “inyección epidural”…
A juzgar por algún comentario de la comadrona tengo la impresión de que las mujeres cada vez saben menos del tema y tienen más miedo (y los hombres ya no digamos). En una ocasión les dijo: “Hijas mías, vaya cosas que preguntáis… No sabéis nada. Esto no es nuevo. Todo el mundo nace por el mismo sitio y no pasa nada. No sois únicas”. Aunque no lo parezca, la matrona que nos ha tocado es eficaz, posee un agradable sentido del humor y a sus palabras no les falta cierto toque de sarcasmo. Parece como si, cuantos más medios tengamos a nuestro alcance, y más avances en medicina, y más soluciones y, por supuesto, más facilidades, peor nos fuera. Cada vez que voy a estas clases o cada vez que alguien se me queja de los padecimientos de la paternidad, suelo pensar en nuestras abuelas. Antaño las mujeres parían en casa, echaban ocho o diez hijos al mundo y, entre medias, siempre se les moría alguno por complicaciones en el parto o por malnutrición o por exceso de peso del feto o por otras causas, y jamás les oías una queja. O, al menos, yo nunca les escuché proferir un lamento. Lo asumían. No digo que ahora no lo asumamos, pero el hombre se vuelve más blando y más inconformista a medida que alcanza un nivel de vida superior, con más lujos y posibilidades. Es como lo de la calefacción: te acostumbras al calor de los radiadores de casa y te vuelves blando y friolero. Formamos parte de una generación muy distinta a la de nuestros abuelos. Pero eso no significa que lo hagamos mal.
martes, abril 19, 2011
Diario del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz
Día veintisiete
¿Cómo se reacciona ante un diagnóstico médico que cierra cualquier vestigio de luz? El miedo y el aturdimiento se agolpan detrás de los ojos, como escamas que se pegan a las cuencas vacías. Acaso sea mejor no ver, no saber, mientras ahí fuera todo transcurre con acuosa lentitud y el enfermo se mueve en esa materia densa, sin comprender que la vida continúe ajena a él, que la gente acuda al trabajo como todos los días y que los autobuses urbanos no varíen su ruta. Sólo el tiempo nos descubre que esas escamas van cayendo una a una sobre el inodoro del baño. Poco a poco. El miedo se esconde en la mentira, se agazapa en la falta de información, carencia que la institución médica no se molesta demasiado en cubrir, reforzando así una ignorancia benévola que el enfermo, en su intimidad, agradece. Una mentira piadosa. Pero tarde o temprano llega el día en que el enfermo entra en el circuito de su terapia, en la asunción de una rutina en la que deberá acostumbrarse al escándalo de la sangre y a la fantaciencia de que sus fluidos vitales se alejen de su cuerpo para circular durante cuatro horas entre las membranas y soluciones salinas de una máquina.
[Nota: apenas unos días después de leer este libro autobiográfico me entero de que el autor, a quien no conozco personalmente, acaba de someterse con éxito a un trasplante de riñón. Desde aquí le damos la enhorabuena]
[Nota: apenas unos días después de leer este libro autobiográfico me entero de que el autor, a quien no conozco personalmente, acaba de someterse con éxito a un trasplante de riñón. Desde aquí le damos la enhorabuena]
Cartel y trailer de The Arbor
Este documental (cuyo trailer se puede ver aquí) cuenta la historia de Andrea Dunbar, autora inglesa que escribió tres obras (una de ellas llegó a ser famosa en los 80 cuando la adaptaron al cine: la recomendable y perturbadora Rita, Sue y también Bob) y murió a los 28 años por una hemorragia cerebral causada por su abuso del alcohol. Su vida, caótica y promiscua, fue al parecer motivo de controversia cuando se estrenó la película. The Arbor analiza su biografía. Por cierto, su obra permanece inédita en España.
lunes, abril 18, 2011
Después de la presentación
Las dos presentaciones del libro (una en Zamora y otra en Madrid) han sido, para mí, memorables. En la primera tuve como compañeros de mesa a la editora Clea Moreno y al escritor David Refoyo, ambos amigos. En la segunda, el viernes pasado, me flanquearon los también escritores y amigos Mario Crespo y Óscar Esquivias. Un lujo. El primero habló de la persona; el segundo, de la obra. Ambos análisis me parecieron emotivos, honestos, certeros... para quitarse el sombrero. No sólo lo digo yo: durante las cañas posteriores me lo hizo saber bastante gente. Aparte de mi editora y mis presentadores, acudieron familiares, amigos, lectores, poetas, escritores, y, por supuesto, mi novia. Mención especial merecen Francesco Spinoglio, que vino de Barcelona, y Miguel Sanfeliu, que vino de Valencia. Y también estaban casi todos mis amigos de Zamora. Me he sentido muy arropado. No creo merecer tanto cariño. Para mi sorpresa, Asco está gustando mucho. Jamás hubiera imaginado que la gente se enganchase, sobre todo porque ya en el índice (situado al principio) dejo las cartas sobre la mesa, anunciando la ruta del protagonista.
Al día siguiente de la presentación estuve en la despedida de un colega y la parranda duró veinte horas. Sólo ahora he reunido algunas fuerzas para escribir este post.
Como suele suceder en estos eventos literarios, me llevé a casa unos cuantos regalos. Mario Crespo se encontró al llegar a Tipos Infames con su libro, aún caliente de la imprenta: Cuento kilómetros (imagen superior), la siguiente apuesta de Eutelequia. Supongo que empezará a distribuirse ya en las librerías. Otra de las sorpresas, al abrir mi ejemplar ayer y echarle un ojo a las primeras páginas, ha sido encontrarme en la dedicatoria. Esos detalles emocionan. Volveré a releer pronto estos relatos breves de Cuento kilómetros. Sigo pensando que es una de las mejores obras de Mario.
Francesco Spinoglio me trajo Tar, una novela del gran Sherwood Anderson, imposible de encontrar ya por ahí. Esta edición data de 1948 y la consiguió en algún mercadillo.
Y Mario me trajo también La presencia por la ausencia, el poemario de Sofía Serra.
Como digo: fue una noche memorable. GRACIAS por estar ahí.
El Club de Lectura de los Oficiales Novatos, de Patrick Hennessey
Si te interesa averiguar cómo es la guerra contemporánea, cuál es la verdad que nos oculta la prensa (cuando hay tiros en territorio comanche y los medios no lo cuentan o lo desmienten o venden una versión Disney), qué música escuchan los soldados o qué películas ven, éste es el libro ideal, publicado por Libros del Lince y escrito por un teniente británico, Patrick Hennessey. Lo más interesante es comprobar cómo se comunican con los de casa (la vieja carta arrugada que se le escribe a la novia en las películas de Vietnam ha sido sustituida por el e-mail), cómo lo ven ellos, cuál es su perspectiva del asunto. El título, sin embargo, me indujo al error: apenas mencionan tres o cuatro autores en todo el libro. La prosa de Hennessey es visceral, no podía ser de otra manera en quien ha bajado a los infiernos bélicos y luego ha regresado para contarlo. Aquí va uno de sus correos:
no importó en el caso de Dave Hicks, fragmentado por una granada durante uno de los ataques diarios que para entonces estaba sufriendo la base y cuya expresión asombrada delataba lo que no podía aceptar su empeño en no necesitar morfina y que aguantó mecha boqueando espantosamente mientras ganábamos el combate y luego murió en el helicóptero que lo evacuaba. Claro que él quizá fue sólo el que salió peor parado de otros doce tíos que en los dos últimos meses han palmado en Sangin, y no hablo de en horas o días sino en segundos, y sólo las lúgubres estadísticas y falsos porcentajes publicados por la prensa de que teníamos una entre treinta y seis probabilidades de ser heridos en Afganistán nos hacían reír de puro humor negro que tenía la cosa yendo de patrulla con ocho tíos mientras cientos de putos obesos se zampaban su pizza tan tranquilos en Camp Bastion preguntándose si a ellos los habían tenido en cuenta a la hora de hacer esos cálculos.
[Traducción de Luis Murillo Fort]
Eden Lake
Ayer vi esta película, que data de 2008 y que Vicente Muñoz Álvarez me descubrió. Un filme inglés sobre una pareja que va a pasar unos días a un bosque y tropieza con unos adolescentes dispuestos a molestarlos. Las provocaciones mutuas desencadenan una espiral de sangre y violencia. Más cercana en calidad e intenciones a Funny Games o Perros de paja que a, por ejemplo, la saga de Viernes 13, Eden Lake supone una auténtica sorpresa. No es cine de terror, pero casi. En Sitges ganó el Premio Especial del Jurado. Y era la primera película de su director, James Watkins. Por cierto, uno de los protagonistas es Michael Fassbender, a quien Tarantino lanzó en Malditos bastardos.
domingo, abril 17, 2011
Esas vidas, de Alfons Cervera
Ya sé, porque lo dijo Benjamin –siempre presente, siempre–, que con los recuerdos no se escribe una biografía. Esta escritura no se cose a los recuerdos sino al relato, desnudo en toda su fragmentaria dramaturgia, de una muerte. La de mi madre. Y con ellas, con la muerte y con mi madre, se ha abierto en lo que se cuenta una brecha –muchas, quizá– hacia el conocimiento de lo que sucedió en un tiempo ya lejano. Una vida –aseguraba Rimbaud– siempre son otras vidas.
viernes, abril 15, 2011
Hoy, en Madrid
Presentación de Asco. Estaré acompañado de los escritores Óscar Esquivias y Mario Crespo y de la editora Clea Moreno. A las 20:30 horas. Librería Tipos Infames (San Joaquín, 3. Malasaña, Madrid). El flyer de abajo lo ha hecho mi colega Pepe Pereza. Os dejo con otro fragmento del libro:
Durante ese tiempo en el barco ni siquiera me planteaba quién era yo, quién era en la realidad, en tierra, o sea en el pasado, no había preguntas entonces y por tanto no había búsqueda de respuestas, las conexiones mentales con lo que habíamos dejado atrás eran mínimas, de ese modo garantizaba mi huida temporal de los problemas, porque sólo así puede uno estar de vacaciones, para eso sirven, para olvidarse de todo y de todos, de dónde vives y a qué te dedicas y qué hiciste en los años inmediatos y qué circunstancias te condujeron a ese crucero y qué pasos diste para ser de una manera y no de otra. En el barco hay que soltar las amarras, olvidarse del pasado y de lo que dejas atrás, es el método para no asfixiarse en alta mar. Pero digo que no hubo contacto y en realidad sí hubo algo de contacto: envié mensajes a tres o cuatro personas, para que supieran que las llevaba conmigo a bordo. En especial a mi madre, porque ella había enfermado de cáncer el año anterior, y su situación propiciaba mi angustia y siempre la tenía en mente y mi sueño era ligero e intranquilo desde su enfermedad, y ésta presidía nuestras vidas cotidianas. Este recuerdo, que acentuó mis tormentos, no supone necesariamente que uno deba acordarse de su identidad y de su pasado. Yo era como ese hombre con amnesia cuya memoria se le hurtó, pero que aún es capaz de reconocer a su madre. La vida del marinero debe resultar insoportable a ratos, pensaba yo en el barco. Rodeado por el agua y lejos de su tierra y sin posibilidades de correr hacia los suyos si sentía nostalgia de ellos. Dada esa impotencia, lo mejor era sumirse en una especie de limbo donde habitara el olvido o donde simplemente uno evitase mirar hacia atrás. La nostalgia y la morriña no son benignas, pueden carcomer a un ser humano hasta convertirlo en un esqueleto de dolor e impaciencia, pueden devorarlo poco a poco hasta que los nervios también se lo comen. A bordo de un navío nunca se debe mirar atrás, tal vez sólo hacia delante, de lo contrario podrías enloquecer. Lo único que cuenta es seguir el camino sin preocuparse: ya llegará el navío al origen, en algún momento volverá al pasado, a la tierra y a la familia de la que uno salió, pensaba yo en el barco. Si nuestros familiares hablaban de planes futuros, de preparar otro crucero dentro de unos meses, en seguida decíamos que ya se iría viendo, que era pronto, aún teníamos que disfrutar de lo que estábamos viviendo. Pero yo creo que la razón era distinta: que evitábamos hablar de planes para seguir habitando sólo el presente. Estás en el barco, estás en alta mar, así que no te preocupes del resto. Todo llegará.
Miguel Martínez-Lage (1961 - 2011)
Ha fallecido uno de los grandes traductores de este país. En la web de El Acantilado resumen su trayectoria: ha traducido entre otros a Martin Amis, Auden, Beckett, Bellow, Coetzee, Conrad, DeLillo, Hemingway, Henry James, Orwell, Poe, Pound, Steiner, Steinbeck, Stevenson, Evelyn Waugh, Eudora Welty y Virginia Woolf. Suya fue la traducción de Vida de Samuel Johnson.