He disfrutado mucho con este ensayo, como sucede siempre que el ensayista mezcla cine, literatura, tecnología y cultura popular (en este sentido, aquí en España tenemos a uno de los más grandes ensayistas y pensadores contemporáneos: Eloy Fernández Porta). Linda Kauffman nos habla de las fantasías en la cultura actual, y para ello analiza varias obras de unos cuantos autores de prestigio, con la transgresión como punto en común. Su ensayo sirve también para que nos riamos de todos esos cazadores de brujas que, amparados en su moralidad políticamente correcta, tratan de censurar dichas obras. Lo más conveniente, para que el lector se haga una idea de este libro, es mencionar algunos de los títulos de sus capítulos: “Exhibicionistas en el arte contemporáneo”, “Cine visceral”, “La abyección surrealista de David Cronenberg”, “Las exposiciones atroces de J. G. Ballard”, “Nuevas inquisiciones: Kathy Acker y William Vollmann”… Al análisis de obras de los citados (Ballard, Cronenberg, Acker, Vollmann) se une la alusión a obras de William S. Burroughs, John Hawkes, Bob Flanagan, Bret Easton Ellis, Robert Coover o Gus Van Sant. Cine, literatura, performance, nuevas tecnologías, censura y pornografía. De muestra, dos botones:
¿Fueron David Cronenberg y J. G. Ballard separados al nacer? Al igual que los gemelos en Dead Ringers, ambos comenzaron sus carreras como estudiantes de medicina; ambos están fascinados por la anatomía, la biología, la sexualidad y las autopsias posmodernas. Su simbiosis no es simplemente temperamental sino profesional, pues Cronenberg recientemente adaptó al cine la novela Crash de Ballard. Si Cronenberg es como “algo que no controlamos: la destrucción inminente de nosotros mismos”, Ballard cree que “debemos sumergirnos en nuestro elemento más destructivo, nosotros mismos”.
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El aura presidencial ha disminuido en una época de pleitos, si bien el cuerpo del presidente ha sido siempre una obsesión nacional: el cerebro destrozado de Kennedy, la vesícula de Lyndon Johnson, el colon de Reagan, las náuseas de Bush en el Japón. Cada erupción corporal impulsa a los medios a proveer análisis anatómicos detallados de las causas y consecuencias de la enfermedad que sea, higienizando lo que de hecho es una exhibición obscena. La imagen de Bush vomitando en el regazo del primer ministro del Japón demostró que el sexo no es realmente el reino en que los actos corporales son obscenos, repugnantes, indignos de ser contemplados. En algún lugar entre la escena vomitiva y la saneada retórica yace lo pornográfico, como tantos vómitos en el regazo del lujo.
[Traducción de Manuel Talens]