El corredor de fondo sale del túnel y va mirando al suelo, distingue una lata de coca-cola oxidada, también hay un par de servilletas sucias, y después está el trozo de carne. Ésa es la disposición a la que se enfrenta la mirada, coca-cola, servilletas y mano, así es como sucede, el corredor casi no tiene tiempo de tomar conciencia de la secuencia, ha rebasado el accidente y sólo después de varias zancadas detiene su carrera. Al Green se ha callado y los latidos de su corazón percuten sus sienes como tambores de una película de indios, ese sonido le impide escuchar el rumor de los automóviles recorriendo la autovía, es como el sonido del mar luchando contra un rompeolas, lejano, vago, impreciso. Mira que está fea la luna, mira que tiene pocas ganas de estar ahí arriba, iluminando el rostro despavorido del corredor de fondo, arrojando luz sobre el trozo de carne pálida y viscosa, una mano arrancada de cuajo, una mano con sus cinco dedos, con sus nudillos y sus uñas y algunos lunares, una mano real de mujer, que alguna vez estuvo unida a un brazo pero que ahora parece un choco crudo, buaj, qué asco.
"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
lunes, enero 10, 2011
La mano, de Daniel Ruiz García
El corredor de fondo sale del túnel y va mirando al suelo, distingue una lata de coca-cola oxidada, también hay un par de servilletas sucias, y después está el trozo de carne. Ésa es la disposición a la que se enfrenta la mirada, coca-cola, servilletas y mano, así es como sucede, el corredor casi no tiene tiempo de tomar conciencia de la secuencia, ha rebasado el accidente y sólo después de varias zancadas detiene su carrera. Al Green se ha callado y los latidos de su corazón percuten sus sienes como tambores de una película de indios, ese sonido le impide escuchar el rumor de los automóviles recorriendo la autovía, es como el sonido del mar luchando contra un rompeolas, lejano, vago, impreciso. Mira que está fea la luna, mira que tiene pocas ganas de estar ahí arriba, iluminando el rostro despavorido del corredor de fondo, arrojando luz sobre el trozo de carne pálida y viscosa, una mano arrancada de cuajo, una mano con sus cinco dedos, con sus nudillos y sus uñas y algunos lunares, una mano real de mujer, que alguna vez estuvo unida a un brazo pero que ahora parece un choco crudo, buaj, qué asco.