Hay algo en el cine de Michael Winterbottom que me gusta y me disgusta a la vez. Me explico, aunque no he visto toda su obra: en sus películas se nota siempre la mano de un buen director, alguien inusual en la industria, alguien independiente que a veces maneja buenos presupuestos; pero, cuando cada película acaba, me queda la sensación de que pudo ser mejor, de que el director no lo ha dado todo. Quizá el filme suyo que más me llenó fue el primero que vi: Jude, demoledora película protagonizada por Kate Winslet.
Con The Killer Inside Me (titulada aquí, extrañamente, El demonio bajo la piel), la adaptación de esa maravillosa novela de Jim Thompson, El asesino dentro de mí, me ha sucedido lo mismo. Me estaba gustando, me convencían las interpretaciones y la atmósfera de cine negro ambientado en la América rural. Luego acabó y me quedé con ganas de más. Sabía a poco. Y el clímax está rodado de una manera horrible. También puede ser porque el libro de Thompson es tan bueno, tan implacable, que ninguna adaptación puede hacer justicia a los retorcidos monólogos del sheriff Lou Ford (existe otra versión, con Stacy Keach, que no he visto).
La película, ya digo, entretiene, es dura, es morbosa y es tan retorcida como cabía esperar, pero se va cayendo. Lo que la sostiene de verdad es la asombrosa interpretación de Casey Affleck: el modo en que sus facciones cambian de ser el chico bueno al violento hijo de puta en que se convierte a ratos es, sin duda, escalofriante. Ya había dado muestras de esa versatilidad en El asesinato de Jesse James.