Santo Dios, qué precio. Allí estaba la factura y había que pagarla. Por supuesto que esto era para quejarse, pero sabía que no había hombre en el mundo que hubiera contemplado cómo su vida iba directa a la ruina, arrastrando consigo la vida de sus más íntimos, sin una queja silenciosa. El hombre que de veras acepta su destino, que realmente se inclina sin un estremecimiento ante la jugada que ha hecho y ha perdido, es una mentira, un mito. No existe tal hombre, nunca lo ha habido, nunca lo habrá.
[Traducción de Antonio Prometeo Moya]