Gran novela. Con dos partes muy distintas, que no vamos a desvelar para no arruinarle las sorpresas al lector. Empieza con un hombre que decide irse a una cabaña en una isla y vivir allí un año, junto a su hijo adolescente. Al principio el trato es afable entre ellos, pero las tensiones acaban minando su relación, entre otras cosas porque el padre arrastra demasiados fracasos sentimentales y no está del todo en sus cabales. En este libro yo he visto la huella de Mientras agonizo, de Sutree y La carretera, de Los Vagabundos del Dharma, incluso de Quiero la cabeza de Alfredo García… Habitan en sus páginas los espíritus de Pechinpah, de Faulkner, de Kerouac, del Cormac McCarthy que, en Sutree, nos mostraba a un hombre que vivía en una cabaña y trataba de sobrevivir alimentándose con lo que ofrece la naturaleza.
David Vann, dueño de una prosa sin afeites, atrapa al lector en seguida y acaba noqueándolo con su historia. La primera parte me ha recordado a mi propia vida, a mi pasado, y esa es una de las razones para amar la literatura, aunque lo que a mí me recuerde sea doloroso: ese tiempo de la adolescencia en que iba con mi padre, los dos solos, al campo o a un pueblo o a otra ciudad, y el viaje era especial y emocionante al principio, y luego se torcía y yo lo detestaba y sólo quería huir de su lado, como le empieza a suceder a Roy con su padre, Jim. Por eso esta reseña es más personal.
Sukkwan Island (publicada por Ediciones Alfabia) cuenta con una traducción de lujo de Daniel Gascón, de quien acabo de leer otra maravilla (ya recomendada aquí: los Diez pequeños indios de Sherman Alexie). David Vann ha ganado varios premios con este libro, en sus páginas evoca el fantasma de su padre, muerto a los 40 años. Un pasaje:
Buscó un rato hasta que su padre volvió y le preguntó qué estaba haciendo. Roy se quedó atrás resentido, mientras su padre ponía uno de los trozos en un extremo y otro encima y lo partía por la mitad de un solo golpe. Miró a Roy y le dio el hacha.
Vale.
Tienes que mostrar un poco más de iniciativa.
Vale, dijo Roy, pero cuando su padre se daba la vuelta añadió: Ya estoy haciendo cosas.
Su padre lo miró. No hagas pucheros. Este no es lugar para críos.
Su padre se marchó, regresó hacia los árboles, y Roy cogió el hacha y cortó y odió a su padre. También odiaba ese lugar, y oír llorar a su padre cada noche.
[Traducción de Daniel Gascón]