UNA PERSONA NORMAL
El enfermo es un hombre de 32 años. Fue llevado a urgencias por la policía cuando intentaba entrar en un banco a pedir un crédito. Según el informe policial, durante la detención el paciente no dejó de repetir las siguientes frases: “¡Sólo quiero pedir un crédito! ¿Qué hay de malo en ello? ¿Es que no tengo derecho?”
El enfermo ha estado constantemente trastornado desde su juventud. Después de una primera etapa de latencia decide, con 26 años, ingresar en la universidad para estudiar derecho. Sus padres no lo entienden y se muestran preocupados por su nueva actitud, pero él desoye sus consejos e ingresa en la facultad. Durante el primer año de carrera mantiene una intensa vida estudiantil, apuntándose a todo tipo de actividades y módulos extracurriculares, lo que rápidamente llama la atención del profesorado que, a modo de aviso, le abre un expediente informativo. Haciendo caso omiso a la advertencia, en el segundo curso aprueba todas las asignaturas con una media de notable y, no contento con ello, se presenta a delegado de su clase, lo que motiva su expulsión definitiva.
Una vez fuera, lejos de calmarse, se busca un empleo. Afortunadamente lo despiden a los siete meses, pero reincide y se busca otro. Durante la entrevista nos explica que “en ese empleo al principio todo fue bien”, pero que luego sus compañeros de trabajo empezaron a ponerle nervioso, pues “no rendían lo suficiente”. Cuando expresa estas quejas a sus superiores, es despedido. Sus padres, alarmados porque la misma semana del despido ya está de nuevo buscando trabajo, deciden hospitalizarlo. Tiene 29 años. Desde entonces ha tenido once trabajos más, algunos incluso de jornada completa.
El enfermo ha sido ingresado en nueve ocasiones con una estancia máxima hasta el momento de ocho meses. Durante las hospitalizaciones ha recibido varios tipos de psicofármacos y sólo una vez, a raíz de una grave crisis en la que pretendía ir a Estados Unidos “a aprender inglés”, recibió electroshocks. Aunque se le ha insistido en la importancia de mantener la medicación una vez fuera del hospital, generalmente deja de tomarla al poco de recibir el alta. El enfermo asegura que tiene “montones de amigos” y “una agenda repleta de compromisos”. Incluso con psicofármacos, mantiene que todas estas actitudes “son positivas” y que lo único que le falta para ser feliz es “tener una mujer y dos hijos, la parejita”. Desearía tener un piso propio y por eso fue al banco a pedir un crédito.
El enfermo nos asegura que sólo “el trabajo duro” es la base del éxito y está convencido de que si mantiene “el nivel de exigencia” conseguirá su objetivo de llegar a ser su “propio jefe”. Para ello se levanta cada día a las siete de la mañana y sale a la calle “dispuesto a darlo todo”. Cuando se le hace notar lo extraño de su conducta, el paciente alza la voz y nos grita: “¡Ustedes son los únicos enfermos aquí! ¡Yo sólo quiero ganarme la vida!”. Cuando se calma, el enfermo describe otras experiencias inusuales. Por ejemplo, muestra una gran debilidad por los automóviles. Recientemente fue a un concesionario a preguntar precios, pero se tuvo que ir porque, según nos explica, “el dependiente no entendía que yo quisiera de verdad comprarme un coche”. Para hacerlo estaba dispuesto a ahorrar “durante un tiempo” y, si hacía falta, a buscarse una plaza de parking y a pagar “un buen seguro”.
En todo momento se muestra asombrado por la actitud de todo el mundo a su alrededor y exige saber qué tiene de malo su comportamiento. En los momentos más críticos de la entrevista llega incluso a decir que hay “millones de personas” como él y que lo único que quiere es ser “una persona normal”.
Aunque no parece demasiado inteligente, no hay ninguna evidencia externa que haga patente la gravedad de su caso. Después de varias semanas de tratamiento no pudo controlar sus síntomas (lo descubrimos consultando la sección de economía de un diario) y tuvo que ser trasladado a una unidad de larga estancia, con el objetivo de ser sometido a vigilancia intensiva.