Christopher Nolan: Origen es un gran edificio gótico, imaginario, gaudiniano, una pesadilla de edificios, ciudades y estructuras movibles, manipuladas por la mente. (Fotogramas, agosto de 2010).
Toda la obra de Christopher Nolan analiza las conexiones entre la realidad y la memoria, el insomnio, la ilusión, los sueños, la locura y la identidad, sin que sepamos dónde quedan exactamente los límites entre sus fronteras. Inception supone otro paso grandioso en su carrera, como ya lo fueran sus anteriores películas. Mediante una trama propia del cine de ladrones de bancos o de museos (donde los cerebros, los conductores o los expertos en desvalijar cerraduras son sustituidos por arquitectos, químicos y falsificadores), Nolan nos propone un mundo en el que los humanos se conectan en sueños y en el que ha surgido la figura del Extractor, el hombre capaz de robar las ideas de otros cuando éstos están soñando. El mejor es Cobb (Leonardo DiCaprio), a quien su última víctima le propone un último golpe: no robar una idea, sino insertarla en un cerebro para que germine y haga cambiar el rumbo a un empresario. Ese implante es lo que denominan Origen o Inception.
Si, en Insomnio, Al Pacino llegaba a confundir la realidad tras varias noches sin dormir y ahogado por la culpa, en Inception a menudo los propios soñadores ignoran si están despiertos o dormidos. Ese equilibrio es el que suele interesarle en sus películas y en esta última obra es fascinante su exploración del mundo onírico: primero por el guión y las sentencias que profieren los protagonistas, y segundo por esos sueños en los que la mente crea el sueño y transforma edificios y ciudades a su antojo.
Christopher Nolan: ¿Pistas? Las más evidentes están en mis cintas: el que sigue y es seguido en Following (1998); la memoria oculta y mutante de Memento (2000); el sueño unido al crimen y a la culpa de Insomnio (2002); la ciudad como una bestia casi de la imaginación de Batman Begins (2005); la manipulación de la credibilidad en El Truco Final: El Prestigio; y la locura de El Caballero Oscuro (2008). (Fotogramas, agosto de 2010).
En Inception uno cree ver múltiples referencias, algunas de ellas apuntadas por el propio director y guionista: Borges, Matrix, Dark City, El cazador de sueños de Stephen King, Blade Runner, Kubrick, Heat, eXistenZ, Scanners, Viaje alucinante al fondo de la mente, El manantial de Ayn Rand… Es curioso que, en su primera película (Following: 70 minutos en blanco y negro), ya algunos matices preludiaran su obra posterior: las fotos de El resplandor de Kubrick en el cuarto del protagonista, el nombre del ladrón (Cobb: igual que DiCaprio en Origen), el símbolo de Batman en la puerta de un piso, el desorden cronológico.
Pero, a mi juicio, la referencia más notable es William S. Burroughs, aunque no sé si la referencia es consciente o casual. En varias escenas de Inception los protagonistas hablan de las ideas (y de implantar ideas en el cerebro) como de un virus, un parásito muy resistente, algo que arraiga y es “casi imposible de erradicar”. Las ideas, además, se contagian. Burroughs decía que la palabra era un virus y que se contagiaba entre los hombres, y nosotros transmitimos las ideas mediante palabras. “Una simple idea es capaz de cambiarlo todo”, asegura Cobb.
Absorbente, compleja y perturbadora, Inception se te mete en el cerebro y no sale de allí, como suele ocurrir con las grandes películas: se acuesta uno pensando en ella, sueña con sus escenas y se despierta pensando en las paranoias del argumento. Gracias al final abierto,y al laberinto de sueños dentro de sueños y a todas las teorías oníricas y al abigarrado guión, Christopher Nolan ha creado otra pieza maestra. Y es que, como diría el escritor Delmore Schwartz: “En los sueños empiezan las responsabilidades”.