Pocos meses después de que Ruptura regresara a Pendleton siguiendo el sistema rotatorio ordinario, Baggit ocupó los titulares de Los Angeles Times. El hombre se hizo fuerte durante catorce horas con su ex mujer en un salón de belleza de Salinas, California, antes de pegarle un tiro y después volver el arma contra sí. El artículo decía que cuando la policía encontró los cadáveres, así como una bolsa llena de heroína, una ensalada de drogas y la Medalla al Mérito manchada de sangre, Jim Morrison de los Doors estaba cantando The End por la radio de la esposa de Baggit. Era el 9 de julio de 1971, el día que comunicaron al mundo la muerte de Jim Douglas Morrison y todo cuanto podía oírse por las ondas radiofónicas eran los Doors. Morrison ya había sido enterrado en el “rincón de los poetas” del cementerio de Père Lachaise, en París. Recuerdo aquel día con mucha mayor nitidez que el día del asesinato de Kennedy, cuando era un soldado raso recién salido del campo de adiestramiento y, a decir verdad, no tenía ni idea de la vida. La muerte de Jim Morrison, revelada por los medios de comunicación el 9 de julio de 1971, un día caluroso y despejado en Pendleton, me dolió mucho más, y sigue doliéndome. En el transcurso de unos pocos días, Ruptura perdió su razón de ser y perdió también a un hombre que no servía para gran cosa en las calles de Estados Unidos, pero que conocía los campos color púrpura mejor que cualquier persona que yo haya conocido. Podría afirmarse, supongo, que está bien que la guerra por fin haya acabado.
Thom Jones, El púgil en reposo
Thom Jones, El púgil en reposo