Delicioso cuento largo escrito por Seumas O’Kelly a principios del siglo pasado, La tumba del tejedor es un pequeño clásico de un autor irlandés que permanecía inédito en España. Seumas, con tono humorístico y con algunos toques líricos, nos habla de la juventud y de la vejez y de la vida y de la muerte a través de unos personajes que caminan por el cementerio más antiguo de una localidad irlandesa. Ha muerto Mortimer Hehir, el tejedor, uno de los dos hombres con suficientes privilegios para ser enterrados allí: a los demás los entierran en el camposanto nuevo. Nadie se ha preocupado de saber dónde está la tumba de sus antepasados, a la que pertenece por derecho propio, así que una comitiva centra la narración: dos sepultureros gemelos; la viuda, callada y discreta; el viejo picapedrero, Cahir Bower; y el viejo fabricante de clavos, Meehaul Linskey. Se supone que sólo estos dos saben, gracias a su edad, dónde está la tumba en la que deben meter a Hehir. Pero la edad, como comprueban divertidos los jóvenes gemelos, juega muy malas pasadas a la memoria. Mientras estos dos cascarrabias, que me recuerdan a los viejos gruñones de Los Teleñecos, se insultan y discuten para zanjar quién tiene la razón, la viuda comienza a sentir interés por uno de los sepultureros. El cuento despide ese humor irlandés que conocemos por las películas y las novelas, con personajes muy dignos en su testarudez, y depara una reflexión sobre el tiempo, sobre el pasado (encarnado por los ancianos) y el presente (la viuda joven y los sepultureros). Imprescindible.
El camino que llevaba al pueblo tenía una ligera cuesta y cuando los dos viejos comenzaron a subirla, la viuda pensó que se los veía un tanto apagados al final de la jornada. Se preguntó si Cahir Bowes podría con aquella cuesta. Cuando llegaran a su casa, le daría un vaso de whisky, si quedaba algo en la botella. De los dos, y a pesar de la flojera y la falta de fuerzas que aparentaba su cuerpo, Meehaul Lynskey parecía el más preparado para afrontar la subida. Caminaban juntos, es decir, uno al lado del otro, aunque separados por el ancho del camino, como si aquella distancia expresara la ruptura de esa amistad a raíz de la disputa por la tumba del tejedor. Durante todo el día se habían acusado de mentirosos y, Dios mediante, se acusarían de mentirosos durante todo el día siguiente. La viuda entendía el sentido de aquella hostilidad y le resultaba un tanto graciosa la terquedad de los viejos.
[Traducción de Celia Filipetto]