Giorgios Lanthimos vuelve a demostrar que se puede hacer buen cine con pocos medios (en este caso, seis actores y una casa con jardín) y construye una película que, es cierto, recuerda a Michael Haneke y sus obras repletas de silencio y violencia. Un matrimonio cría a sus hijos dentro del espacio doméstico. Los cría como a perros. Les enseña palabras y pervierte su significado para reducir la libertad y que no se hagan preguntas (ejemplo: "mar" es una silla de cuero). Canino te golpea duro y te instala en la retina tres o cuatro momentos de violencia brutal. Y viene a decirnos que todo depende de nuestra educación, del aprendizaje infantil del significado de las cosas, de las palabras, de la obediencia. Lanthimos, además, sabe componer planos llenos de frialdad y casi de terror.
Nota aparte: en una escena descuartizan a un animal (mi animal favorito, por cierto), y en esa escena me tapé los ojos pero el sonido me aclaró el desenlace; lo digo para quienes, como yo, prefieran ahorrarse ese momento y puedan ir preparados.