Mi madre siempre deseó
una parcela en el campo:
“Descansar
es invertir en calidad de
vida”.
Para su último hogar
improvisó un alquiler
de cinco años y flores de
plástico.
La muerte también tiene
fecha de caducidad.
Ha vencido el alquiler
y mi padre le ha comprado
su propia parcela en el campo,
en el pueblo.
La muerte también entiende
de clases.
Vuelven a encontrarse,
por arte del negocio inmobiliario.
Su última cita,
en el paraíso del cementerio municipal:
mi padre asiste al siniestro desnudo
de huesos desordenados.
Y el anillo de matrimonio.
Su esposa, mi madre,
en una paz brutal como nunca tuvo.
Todo en una bolsa de plástico.
Sin más mística:
el espanto en una bolsa de basura.
Mi padre volvió a sentar
a su amante
en el asiento del copiloto.
Con cariño. Con la tragedia
instalada en el volante.
Con arcadas. Con amor.
Depositó la bolsa,
como el que regresa del supermercado,
en la propiedad,
en una bolsa de basura
de plástico.
Tantas bocas viven
de la muerte.
Hasta mi poema vive de la muerte.
Mi ego liba de tu muerte.
Perdóname,
mamá,
has tenido una nieta.
Eva Vaz, Frágil (Antología 2001 – 2009)