miércoles, junio 30, 2010

Ayer, de Agota Kristof



El narrador de Ayer se debate entre la rutina de su trabajo, la soledad, la locura y un amor incestuoso. Otra novela, con algunas partes autobiográficas (Kristof, como el protagonista, salió de su país y empezó a trabajar en una fábrica de relojes y tuvo que adaptarse rápido al idioma y a unas nuevas condiciones de vida), en la que la autora exhibe su prosa desnuda y directa. El final, una última página con apenas un puñado de frases, es el broche perfecto para la historia, pues una vez más demuestra la desesperanza que late en su obra.

-¿Ha querido matarse a causa de sus pesadillas?
-Si hubiera querido matarme ya estaría muerto. Sólo quería descansar. No podía seguir con mi vida así, la fábrica y todo lo demás, la ausencia de Line, la ausencia de esperanza. Levantarse a las cinco de la mañana, caminar, correr por la calle para coger el autobús, cuarenta minutos de trayecto, la llegada al cuarto pueblo, entre los muros de la fábrica. Correr a ponerse la bata gris, fichar amontonándose ante el reloj, correr hacia la máquina, ponerla en marcha, hacer el agujero lo más deprisa posible, perforar, perforar, siempre el mismo agujero en la misma pieza, diez mil veces al día si es posible, de esa velocidad depende nuestro salario, nuestra vida.
El médico dijo:
-Es la condición obrera. Puede estar contento de tener trabajo. Muchas personas están en paro. En cuanto a Line… Una joven muy guapa y muy rubia viene a verle todos los días. ¿No se llamará Line?


[Traducción de Ana Herrera]