Ay, la ficción qué daño hace, y Sebastián debería haberlo sabido, viniendo de un país cuyo héroe más grande lleva un orinal en la cabeza. No leas tanto, le decían de niño, y no hizo caso, y así le ha ido. La ficción puede muy bien instalarse en el alma de un hombre hasta destruirla. Sebastián había visto y admirado, a lo largo de su vida, hombres capaces de hacer cosas en el mundo real e incapacitados para la ficción, pero nunca había admirado a quienes detienen en el oscuro territorio de la ficción el curso de todos los ríos. Y él, que se tenía por un hombre inteligente, había caído como un bobo en el mundo de Alicia (la de Carroll), y ahora que detestaba el mundo de Alicia, y quería salir de él, no podía.