En la casa de putas no soy nadie.
Hay overbooking de poetastros
y las botellas son las únicas musas,
y está
lloviendo
sin ganas
en este Sur de mierda del que soy inquilino.
Bajo mi sombrero, una sombra anónima.
Me han censurado hasta los anarquistas
de corbata y manzanilla, los que se
ganan la vida
escribiendo sevillanas. Y el cura
de la parroquia dice de mí
que en el fondo soy un buen
cristiano –Dios le conserve
el cristal de las gafas
y algunos billetes para ir al oculista–.
Noche de fin
de año. No hay un puto
trago de vino
en casa,
ni dinero, ni expectativas,
ni ganas de escuchar música,
ni de escribir,
ni de vivir, ni
siquiera
de salir a la calle
con una recortada
en plan Rey Mago Psicópata
y llevarle algo de felicidad
a la buena gente. Soy una nube
de tormenta
bajo la camisa roja,
un cabreo metafísico. Mi mujer
está jodida,
con resaca, hecha un trapo
neurótico, insomne,
la casa apesta a lejía
y sigue habiendo mugre en los rincones.
Me duele una rodilla
y van dos pancreatitis en mi cuenta.
Somos de ilustre cuna, dignos
de figurar en el ABC
como familia modelo
o de ser canonizados en vida.
De modo, que como puede usted suponer,
querido lector,
a estas alturas de la tormenta,
me importa tres cojones, dos pollas y un Te Deum
lo que puedan pensar de mí
los críticos-maruja
y no doy un duro
por los buenos propósitos
de fin
de año. No doy un duro
ni por este planeta,
ni por las llamas del purgatorio,
ni por cada palabra
que llevo escrita,
ni por el amor, esa estafa
de nervios destrozados
en la que siempre acaban perdiéndose las fotos y los libros.
Por mí como si reventamos mañana.
Para qué preocuparse,
si hay una puta en cada esquina
y el resto es previsible, anodino,
tedioso, circular.
No hay ni una uva con la que atragantarse,
las horas se derraman lentas como esperma de velas
y no hay nada más bello que ese gato persa
que duerme indiferente
en la tarde de lluvia de fin de año
y la luz demorada en las farolas
de esas calles que, como todo en la vida,
no llevan a ningún sitio
fuera del hoyo lleno de gusanos,
al olvido, al asco y al silencio.
Miguel Ángel Sosa, extraído del blog Hank Over