Candy había aprendido muchas lecciones a lo largo de su vida, la más importante de ellas llegó cuando estuvo con un contratista de pintura que siempre llevaba un maletín lleno de dinero y cuando la conoció la llevó a un hotel absolutamente maravilloso de Broadway y sacó un látigo de piel de toro y unos palitos hechos de esa madera que llaman sauce llorón y sacó la cocaína y cada vez que se metía una raya quería que Candy le diera latigazos en el culo hasta que brotara la sangre y luego que le diera latigazos en la espalda, y más latigazos, y más latigazos hasta que Candy dijo bueno tengo que irme y el fulano dijo espera un momento y le dio más dinero y ella le estuvo dando latigazos otros cuarenta y cinco minutos y luego ella dijo bueno de verdad que tengo que irme y él le dio más dinero y luego a Candy se le hizo la luz: para conseguir más dinero sólo tenía que amenazar con irse, hacerse inalcanzable y por tanto perfecta como Gloria, y entonces brilló con la luz de algo maravilloso que se acaba y pudo fácilmente conseguir la perfección y no hacían más que pagarle.
Candy también había aprendido a no meter prisa a la gente, porque si se le trataba a un cliente con respeto entonces podía volver.
William T. Vollmann, Para Gloria
Candy también había aprendido a no meter prisa a la gente, porque si se le trataba a un cliente con respeto entonces podía volver.
William T. Vollmann, Para Gloria