Por primera vez se traducen estas historias, a medio camino entre el cuento y el reportaje, entre la ficción y la no ficción, en los que el autor de La roja insignia del valor retrata las calles de la Nueva York de principios del siglo XX y sus habitantes: tenderos, vagabundos, golfillos, conductores de carruajes, coristas… Es difícil saber cuándo Crane está inventando y cuándo está recogiendo la realidad. Parece que se anticipó a muchos autores. El prólogo es de Juan Bonilla. Prestemos atención al inicio del titulado “Experimento sobre la miseria”:
Era de madrugada, y caía una ligera lluvia que hacía que las aceras brillaran con tonos de acero, azules y amarillos bajo los rayos de las innumerables luces. Un joven avanzaba con dificultad, lentamente y sin entusiasmo, con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, hacia lugares de la parte baja de la ciudad donde se puede alquilar una cama por unos cuantos peniques. Iba vestido con un traje andrajoso y viejo, y el bombín era una maravillosa corona llena de polvo con el ala destrozada. Se dirigía a comer del modo que los vagabundos comen, y a dormir como los sin techo duermen. Cuando llegó a City Hall Park estaba tan absolutamente cubierto de gritos de “pordiosero” y “vagabundo”, junto con otros epítetos soeces que los niños le habían aplicado en ocasiones, que se encontraba en un estado de profundo desaliento. La cambiante lluvia le empapaba la vieja solapa de terciopelo verde del abrigo, y al pegársele el tejido en el cuello sintió que era imposible que hubiese placeres en la vida. Miró a su alrededor en busca de un paria de primer grado con el que compartir miserias.
[Traducción de David Cruz]
Era de madrugada, y caía una ligera lluvia que hacía que las aceras brillaran con tonos de acero, azules y amarillos bajo los rayos de las innumerables luces. Un joven avanzaba con dificultad, lentamente y sin entusiasmo, con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, hacia lugares de la parte baja de la ciudad donde se puede alquilar una cama por unos cuantos peniques. Iba vestido con un traje andrajoso y viejo, y el bombín era una maravillosa corona llena de polvo con el ala destrozada. Se dirigía a comer del modo que los vagabundos comen, y a dormir como los sin techo duermen. Cuando llegó a City Hall Park estaba tan absolutamente cubierto de gritos de “pordiosero” y “vagabundo”, junto con otros epítetos soeces que los niños le habían aplicado en ocasiones, que se encontraba en un estado de profundo desaliento. La cambiante lluvia le empapaba la vieja solapa de terciopelo verde del abrigo, y al pegársele el tejido en el cuello sintió que era imposible que hubiese placeres en la vida. Miró a su alrededor en busca de un paria de primer grado con el que compartir miserias.
[Traducción de David Cruz]