El mismo delito siempre, siempre las mismas faldas
en las que arrojarse al volver a casa, llorando algunos días, rabiando otros.
El trabajo lo llevamos en la sangre y en la mía mi abuelo cargó las tintas y mi madre y mi padre en ella se vertieron. Es la maldición del que conoce el deber y cómo no voy a saber lo que es el trabajo si nací a la hora en la que los currantes abandonan sus camas calientes dejando en ellas buena parte de sus almas. Sin elección y sin ansias de cambio acepto la vida que se acaba a las doce de la noche.
La vida de los hombres débiles, la vida del currante.
Ignacio Escuín Borao, Habrá una vez un hombre libre