GENEROSIDAD, desprendimiento de lo propio a favor de lo ajeno.
Menos da una piedra, suele decirse comúnmente, y con tal desatino, por cierto, que resulta increíble que una expresión tan errada e injusta pueda gozar de un uso tan extendido. Porque, pensemos en ello, nadie tendrá inconveniente en admitir que pocas cosas hay en este mundo más generosas que una piedra. La piedra, sencillamente, se nos entrega ella misma, permanece inerte en nuestras manos y tolera sin queja alguna que la lancemos por el aire en una parábola oblicua que la haga rebotar sobre la superficie del lago tres o cuatro veces antes de hundirse bajo las aguas para, quién sabe, permanecer en ese nuevo emplazamiento, tal vez contra su voluntad, los próximos 2.000 millones de años. ¿Alguien escuchó acaso alguna vez a una piedra polemizar por el trato recibido, emitir una vocecilla desde su interior y decir: Disculpe, señor, pero ¿podría volver y depositarme exactamente allí donde me encontró? Por supuesto que no. El secreto de la piedra, su más admirable don, es su habilidad para no hacer nunca nada, para no aspirar a nada, y es por ello fuente inagotable de disponibilidad y tolerancia. Menos da una piedra… no, amigos; las piedras tal vez no den mucho, pero dan todo lo que tienen y lo que son. A ver quién supera eso.