Hace un par de semanas enterramos a la abuela de M. Volví a ese calvario asociado a un funeral: el velatorio, la misa fúnebre, el ataúd sobre el hombro a la entrada del cementerio… Volver a sentir todas esas asperezas y amargores te deja como tullido por dentro. Y nunca sabes qué es más perturbador, más doloroso: si el féretro descendiendo hacia el agujero o el ruido de la lápida cuando los operarios la cierran. A nadie le gusta escuchar estas cosas. Pero, amigo, es lo que hay. Siempre. A la vida le sigue la muerte. Y conviene saber afrontar el trago.