Entramos en Spring Street, a poca distancia de la zona histórica que llaman “la Plaza” y del barrio chino. No hacía muchos años había vagabundeado por aquellas calles, solo y sin un centavo. Dormía en la Sunshine Mission y fumaba las colillas que encontraba en los ceniceros de arena que hay a la puerta de los ascensores. Fue una época en que no tenía ni calcetines. De joven había sido ayudante de camarero en Simon’s, en Hill Street, sacaba los cubos de la basura y limpiaba las barandillas y apoyapiés de bronce. Hacía mucho que aquella época había perdido su encanto. Me alegraba de estar lejos de los hoteles baratos de Temple Street, del café de dos centavos, de asearme en lavabos públicos, con agua fría y hojas de afeitar viejas. Había habido días, mientras circulaba por aquellas calles, en que un solo dólar en el bolsillo significaba aflojar temporalmente el ansia de vivir, relajar el paso, tomárselo con calma durante veinticuatro horas.
John Fante, Llenos de vida
John Fante, Llenos de vida