Sigo con el capítulo de daños colaterales. Además del consumo de pastillas diario puedo asegurar que no ha pasado casi ni un día sin algún tipo de trastorno más o menos soportable. En estos momentos me encuentro en una fase de rechazo. El injerto (en la médula del donante) ataca al huésped (GVHD, las siglas en inglés). Las consecuencias de esto son todos los daños colaterales que padezco. De arriba abajo expongo la lista. Tengo conjuntivitis y veo mal, me temo que sea una catarata. La cara está renegrida y con manchas. En la boca tengo un hongo que me tiene frito. He tenido principio de neumonía. El hígado tenía un exceso de hierro que obligó a hacerme sangrías de hasta un cuarto de litro de sangre. Además, las transaminasas están por las nubes. La presión arterial oscila entre estar por los suelos y caerme o subir sin control. Del aparato reproductor ni hablar. Me canso horrores y no puedo andar más de un kilómetro y a veces me quedo sin aliento. Los riñones no funcionan del todo bien. Me dicen que tengo que beber cada día 2,5 litros de líquido, pero a duras penas bebo 1,5. La consecuencia es que a veces me tengo que levantar al baño durante la noche hasta cinco veces. De vez en cuando me dan calambres muy dolorosos en las piernas. Apenas tengo ganas de comer. Desde que empezó la enfermedad, en noviembre de 2005, he perdido veinticinco kilos. Dicen que me ha quedado un tipo muy bueno.