Ang Lee nos cuenta la trastienda del primer festival de Woodstock: cómo un muchacho trata de resolver las deudas familiares y se las arregla para que el concierto se celebre a las afueras de su pueblo, cómo esto deriva en disputas con los vecinos, cómo los hippies invaden los moteles y los bares y cómo los habitantes más conservadores creen que constituyen una amenaza. Elliot, el protagonista, asiste a una serie de cambios y descubrimientos que simbolizan el espíritu del 69, de las flores, la música y el amor libre: es capaz de rebelarse contra sus padres, tomar ácidos, averiguar lo que quiere para el futuro y salir del armario en unos días. Con tantas tareas, nunca consigue ver de cerca el festival. Y nosotros, como espectadores, tampoco. A mi juicio, a la película le falta ese minuto que nunca llega: el minuto en el que la cámara podía haber mostrado la explosión de rock, bullicio y colorido del escenario. Es una opción arriesgada, pero se justifica porque la cámara siempre se mueve bajo el punto de vista de Elliot. En la película intervienen, en papeles secundarios, Liev Schreiber, Emile Hirsch, Imelda Staunton, Jeffrey Dean Morgan, Eugene Levy y Paul Dano.