He hablado antes del dolor de cabeza de ayer, ese dolor que no me impedía pensar. Pero no he dicho que me impedía escribir, que es algo, para mí, siempre dramático. Detesto mis resacas, a las que llamo paréntesis. Lo bueno de las resacas reside en el momento en que estás desaparecen y uno -como yo esta mañana cuando he comenzado a redactar esta conferencia- vive la impagable sensación de volver a nacer. Esa sensación de bienestar sólo puedo tenerla habiéndome encontrado previamente mal. Y para encontrarme mal tengo que beber y sufrir después la resaca. Es un círculo cerrado. Mi caso, en resumidas cuentas, es éste: sin paréntesis, no hay escritura.