Ese día tocaba
lentejas para comer.
Los cuatro,
cada clavo en su agujero,
sentados en nuestro sitio correspondiente.
No valía, en el juego, cambiar la silla.
Me avisó una vez:
¡Ángel, cómete las lentejas
y deja el chorizo para el final!
Yo era un crío,
e insistí:
¡El chorizo lo primero,
que me gusta papá,
el chorizo lo primero!
No necesitó mucho
para enervarse:
¡No me toques los cojones
y cómete primero las lentejas!
En un descuido suyo,
como el carcelero torpe y distraído
al que le roban las llaves,
ensarté el chorizo con el tenedor,
como un banderillero.
Una escena del crimen.
Lentejas y pringue
en el mantel,
mi camiseta,
la cara.
El enano se partía el culo.
Llamarlo hostia,
colleja o capón,
sería inexacto.
Sé que metí las tochas
en el plato y del rebote,
caí, con silla incluida,
al suelo.
Sólo me ha pegado
una vez en su vida.
Daño ha hecho otras muchas.
Que sepas,
aún así,
que cuando cocino lentejas,
me como el chorizo lo primero.
Ángel Rodríguez, de su blog (Desde las lindes del sur)