El presente de muchas ciudades no es muy distinto de su pasado. Por eso, en las décadas previas, se buscan respuestas a los problemas actuales. Pero de eso hablaremos luego. Primero, los antecedentes: cinco años atrás, Tomás Sánchez Santiago publicó un breve ensayo (ciento veintitrés páginas más las ilustraciones) titulado “Zamora y la vanguardia”. Compré el libro entonces. Como sucede con frecuencia, lo coloqué en la pila de títulos pendientes de lectura, y en alguna etapa, haciendo recuento, terminó en un anaquel. Mi biblioteca incorpora todas las semanas varios libros: los que me compro yo, los que me regalan los amigos, los que recibo por compromiso. Y ocurre que muchos de esos volúmenes terminan sepultados por otros y éstos por los nuevos, y así sucesivamente. Esta invasión de papel incide en el retraso de muchas lecturas. El otro día, repasando mi biblioteca, encontré “Zamora y la vanguardia”. Advertí que aún no lo había leído y me puse a ello.
Se trata de un ensayo que relaciona, como su título indica, el panorama de las vanguardias en nuestra ciudad durante “los primeros decenios del siglo XX”. La vanguardia literaria fue casi nula, nos indica Tomás. Al menos en otros ámbitos sí descolló, aunque fuera mediante unos pocos artistas que, ya lo habrán adivinado, tuvieron que emigrar. Pero prefiero copiar un párrafo revelador de lo que digo, y que podría trasladarse al momento actual en nuestra ciudad: “Pero nada parecido a esto hay en Zamora. Sus contribuciones a la vanguardia habrá que buscarlas en los hijos de la provincia que deben huir fuera de ella para ensamblarse en los nuevos rumbos del arte. El escultor Baltasar Lobo, la pintora e ilustradora Delhy Tejero y el músico Miguel Berdión –de quienes más adelante nos ocuparemos– son ejemplos de cómo las excepciones hubieron de tomar distancia cuanto antes, pues no tenía sentido permanecer en una tierra vuelta de espaldas a lo novedoso expresivo, a las corrientes europeas que llenarían de feracidad el arte y la literatura españoles hasta bien mediada la década de los años veinte”. ¿Les suena de algo? Parece que estamos hablando de la actualidad. En los últimos tramos de este revelador ensayo, vuelve el autor a citar el tema literario: “Pero la vanguardia no tuvo traducción literaria entre los escritores zamoranos. Habría que esperar a finales de 1935 –irónicos tiempos de cerrazón para tantas cosas– cuando en Formariz de Sayago vino al mundo el poeta Justo Alejo, sin duda el más contagiado escritor del espíritu revulsivo del vanguardismo”.
En el libro también se apuntan algunos momentos clave que, en otras latitudes, hubieran adquirido cierta importancia, pero que en Zamora quedaron relegados al plano de lo anecdótico. Es el caso de las tres visitas de Federico García Lorca. De una de ellas nos dice Tomás: “(…) no hay más indicios en la prensa de haber captado la importancia de quien había hablado ese día en Zamora. Y la presencia del gran escritor que ya era entonces se limita en la prensa zamorana a esa manida representación hueca y más pendiente del público “selectísimo” que de la personalidad y la trayectoria del joven escritor del 27”. Algunas cosas no cambian. La desidia. La ceguera, a veces. El quid está en la expresión “una tierra vuelta de espaldas a lo novedoso expresivo”. Pero es así. Al fin y al cabo, quizá la nuestra sea la única ciudad del mundo en la que el nombre del gran Raymond Carver está mal escrito: “Raimon Carver”, como pone en el mirador del Centro de Interpretación de las Ciudades Medievales. Son ejemplos de que, aquí, siempre se avanza tan despacio que parece que caminamos sobre barro.