Hoy, en la Biblioteca Pública de Zamora y dentro de los actos de la XXV Feria del Libro, Tomás Sánchez Santiago, amigo y cómplice, presenta su nueva obra: “Cómo parar setenta pájaros. Antología poética 1979-2009”. Un lujo de volumen en el que el lector trata de asir esos setenta poemas que, igual que pájaros en bandada, pueden atraparse durante un rato aunque, indefectiblemente y como me contaba el poeta días atrás en nuestra ciudad, volverán a escaparse de nuestras manos y de nuestra memoria. Pero espero que no sea así. Los poemas y los fragmentos de prosa (estos últimos figuran en los apéndices) reunidos en este libro serán aves que no olvidaremos, que procuraremos releer y recordar para que no se pierdan, que colgaremos en los blogs o leeremos en recitales para mantenerlos vivos y calientes.
Existen, creo yo, dos maneras radicales (y dispares entre sí, y extremas) de manejar las palabras. Cuando un político, por ejemplo, las hace suyas, en su discurso carecen de fuerza, resultan vacías, igual que si estuvieran hechas de aire o fuesen volutas de humo cuyos mensajes sólo algunos incautos creen; carecen de peso, de sustancia, de enigma y significado. Cuando las maneja alguien como Tomás, sucede al contrario: las palabras crecen, se enriquecen y nos enriquecen, multiplican sus significados, se aparean formando hábiles metáforas, adquieren el peso y el grosor de lo que vive y permanece, la textura de lo cálido, lo cercano, lo íntimo, lo humano. Véase este fragmento de uno de los poemas inéditos del citado libro, y que hace referencia a la niñez: “la leche reventando como una barba blanca en la cazuela”. O algunos de los versos donde el poeta alude a su madre y al tiempo de ella: “y tienes por las sienes / ascuas perdidas y música / de pesadumbre”. Más ejemplos, de los apéndices de la antología: “El poeta quiere estar siempre cerca de las cosas. También de las desechadas, de las peligrosas, de las inadvertidas, de las perseguidas por los azotes del hombre y las inclemencias. / Él se pone cerca de ellas, y canta”. O este fragmento que, aunque lo encontramos en los mismos apéndices, corresponde a su magnífico libro de artículos, “Salvo error u omisión”, y que nos transporta al comercio zamorano de su infancia: “Y de entre aquellos habitantes de la calle ahora preferimos hablar de los dependientes, que circulaban por ella de otra manera, con el paso vivo, acostumbrado a la urgencia del recado, y la mirada achinada de quien sólo domina las cortas distancias y lleva toda la vida de bruces sobre la madera oscura y atascada de los mostradores”.
Esta antología ofrece una mirada amplia y limpia a su trayectoria poética (y a la prosa: me remito a los apéndices, otra vez). Nos da la oportunidad de leer los poemas iniciales que no conocíamos porque no encontrábamos sus primeros poemarios. Podemos releer las piezas de libros magistrales, caso de “La secreta labor de cinco inviernos” o “El que desordena”. Conocer un puñado de poemas inéditos. Releer esas prosas citadas y sus correspondencias con los poemas: “(…) textos que funcionan como micropoéticas que son apuntes de libreta, la mayoría publicados en hojas sueltas y que cifran en parte su credo ético y estético”. No me olvido del exhaustivo trabajo de José Manuel Trabado: prólogo, selección y notas; a él pertenecen las últimas frases entrecomilladas. El acto, por cierto, será a las seis y media de la tarde. Tomás embruja con las palabras, ya lo ven. En sus manos levantan el vuelo, se hacen fuertes. Cierro con unos versos suyos: “Cuando escribes te manchas de ti mismo. // Y pones oscuridad y aire atacado / cuando respiras encima / de lo que nombras”.