David Carradine. Era Caine en “Kung Fú”. Un icono absoluto de la televisión de nuestra infancia. ¿Quién no recuerda el intro de la serie con el actor caminando por el desierto, con la cabeza cubierta por un sombrero? Yo confieso que vi pocos capítulos. Pero veía a menudo la cabecera, como hice con tantas series malas y a la vez de culto: “El coche fantástico”, “El Equipo A”, etcétera. La introducción solía ser tan buena que los episodios de estas series nunca estaban a la altura. Para mí existieron tres etapas de este actor. El David Carradine de los 70, con la mencionada “Kung Fú” y su cabeza sin pelo. El de los 80, con dos películas que a mí me gustaban entonces: la reivindicable “Forajidos de leyenda”, de Walter Hill, western donde compartía cartel con sus hermanos y con los Keach, los Guest y los Quaid; y uno de esos bodrios donde hizo compañía al simiesco Chuck Norris, “McQuade. Lobo Solitario” (no me culpen: tenía unos diez años cuando la vi). Y el Carradine de esta década, donde Quentin Tarantino le dio el mejor papel de su vida: el asesino de “Kill Bill”. Casi todo lo demás, salvo honrosas excepciones, fueron bodrios, películas de serie Z y cintas infumables. Tarantino le dio impulso, pero no supo escoger buenos proyectos después de aquello. David Carradine murió ahorcado en un armario, en Bangkok.
Farrah Fawcett. Era Jill en “Los Ángeles de Charlie”. Para muchos de nosotros, Farrah era la más buenorra de todas. Era la rubia maciza de la que hablábamos en el colegio. En “Los locos de Cannonball” demostró de sobra su sex-apple. Luego no hizo demasiadas películas notables, y quizá su papel más recordado sea el de “Extremities (La humillación)”, pero encontró cierta reputación en miniseries y telefilmes. Nos quedamos, pues, con “Los Ángeles de Charlie”, que fue una serie muy pop, con sus chicas haciendo llaves de kárate y empuñando revólveres, con esa musiquilla del principio que nunca se nos olvida y que no pudieron mejorar en las dos adaptaciones al cine, entre otras cosas porque faltaba la estética kitch de finales de los 70 y principios de los 80: pelucones y demás. Farrah Fawcett murió de un cáncer de ano. La mención de esa enfermedad pone los pelos de punta y evoca dolores brutales. Un final muy duro para una chica tan guapa y con un marido tan tosco como Ryan O’Neal.
Michael Jackson. Era el Pop con mayúsculas (con permiso de Madonna). Si en el diccionario incluyeran fotografías en vez de palabras, la imagen del pop sería su cara. Lo curioso es que ha tenido una vida tan diferente a la de cualquier ser humano que se ha rumoreado, en tono de broma, que era un extraterrestre. El único negro que reconoció que quería ser blanco y puso los medios para ello. El tipo que cantaba y bailaba temas de culto: “Thriller”, “Bad”, “Smooth Criminal”, “Black or White”, “Billie Jean”, “I Just Can’t Stop Loving You”… Lo cierto es que la lista es larga. Yo recuerdo con mucho agrado cuando fui a ver “Moonwalker”. Sin embargo, para mí Michael Jackson cayó del pedestal a partir de la promoción y los videoclips de tono megalómano y algo fascista de “HIStory”. Ahí dejó de interesarme. Hace años me dio por volver a escuchar los últimos álbumes y me pillé en internet toda su discografía. Alguien cercano a mí, no recuerdo quién, me afeó que quisiera oír de nuevo sus discos. Pero, a pesar de los rumores de pederastia, de sus ansias de conservarse joven y de sus extravagancias, fue el autor de canciones inolvidables y eso no se lo quita nadie. Michael Jackson murió de un ataque al corazón, cuando nadie lo esperaba, demostrando así que luchar contra el tiempo, la muerte y la enfermedad no sirve de mucho.